Mientras tanto, las constelaciones de picaduras de insectos sobre nuestras piernas y nuestros brazos van raleándose como estrellas en el amanecer. Quedan sólo las más recientes y grandes. Unos días más, y nuestra piel habrá vuelto a la normalidad. Increíble, cuánto pueden durar ciertas picaduras.
Con el próximo trecho de esta Expedición más o menos planteado, y siendo que pasado mañana, 24 de diciembre, empieza el tradicional desbarajuste de las bacanales de Navidad y de Año Nuevo, es tiempo de seguir adelante con nuestros planes: aprovechar este compás de espera para visitar el occidente de Venezuela. Claro, también podríamos ir al sur, a Puerto Ayacucho, para ver paraborígenes - y paraborígenes "desnudos" sea destacado, según folleto de publicidad; pero es el mismo caso que en el Brasil: todo arregladito para turistas, inclusive con una venta de artículos artesanales.
¿Y nuestro elástico roto? Tuvimos que convencernos, y bastante tiempo nos costó, de que, en todo Venezuela y todo Caracas, no hay un taller de muelles como los vimos innumerables veces en el Brasil y frecuentemente en otros países, no hay un taller donde tengan surtido de centenares de hojas de varias características, donde puedan calentar, templar, cortar, arquear, hojas de medida. Aquí, toda la tecnología de los elásticos de automotores está en las dudosas manos de los mecánicos generales quienes, en vez de cambiar una hoja rota de medida, corren a comprar todo el paquete entero y lo cambian todo, a un costo tres o cuatro o cinco veces superior al necesario - y siempre que el paquete sea el de fábrica. En el caso de elásticos reforzados, como los nuestros, no hay solución. Sólo podemos soñar con aquel eficiente y fiable taller de elásticos del atrasado Paraguay. Otra vez, haría falta, en el arsenal de la puntuación, junto con los puntos de interrogación y de exclamación, un punto de ironía, quizás como un punto de exclamación quebrado en zigzag de tres o cuatro ángulos.
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Esta mañana, 23 de diciembre, salida de Caracas, pues, cruzando por entre las sierras que rodean la ciudad.
Ahora, se estableció un patrón de autopista, en una llanura longitudinal a la cual las sierras sólo sirven de fondo lejano. La autopista sería autopista de verdad por sus dos carriles en cada dirección, separados por una medianera; pero su capa asfáltica sufre de las eternas ondulaciones venezolanas que pueden romper un elástico con más probabilidad que los peores caminos de tierra. De todos modos, autopista que se toma muy en serio: tiene un sistema de peaje por tarjeta, y el puesto de peaje, evidentemente, no admite chistes: dos soldados armados de metralletas; no se sabe si para impedir, que los motoristas se escapen sin dejar el dinero, o que asaltantes se escapen con el dinero.