en vez de sumergirnos en el habitual tráfico fluyendo en creciente locura hacia una ciudad grande, nos desviamos por un camino muy segundario que nos lleva, a veces, a lo largo del mar - por balnearios en construcción todavía sin turistas ni mugre, o por parcelamientos de casas particulares ocupando progresivamente la orilla del mar; a veces, por debajo de túneles vegetales, con los árboles de ambos lados formando una bóveda encima; y a veces, como ahora mismo, por un totalmente inesperado ambiente de camino de muchas subidas, bajadas y curvas, cortado a través de lo que no hay razón por qué no llamar selva, con su tupido sotobosque, sus lianas, sus árboles gigantes; un camino sin tráfico alguno. A tan corta distancia de Caracas, nos hace acordar de lugares, entre muchos, como las laderas amazónicas de los Andes de Colombia y de Ecuador; incluso, ya cruzamos tres vados.
Y ahora, un puente angosto; de los que dan paso a un solo vehículo a la vez.
Incluso las asperezas del camino de tierra - camino que, incidentalmente, el mapa muestra como de asfalto, pero qué cartógrafo se ocuparía de tal detalle - son de aquellas que requieren cautela y el alternar entre segunda y primera velocidad, especialmente con nuestro elástico roto.
A este ritmo, nunca llegaremos hoy a Caracas. Pero bienvenido, todo ello. Parece como un último vistazo - que nos está siendo obsequiado, de sorpresa - a todas esas cosas que vimos tantas veces y que nunca más veremos.
Y ahora, trechos barrosos que se van haciendo cada vez más blandos, profundos y largos. Otra manera de acordarse de aventuras pasadas, pero esperamos que no llegará al punto de otro Cinco Cerros ecuatoriano, de tan lejana pero tan vívida memoria.
Y ahora, exactamente como ocurrió en Ecuador, otra vez el océano; pero, en contraste con la costa playa de esta mañana, dando una vista del mar sólo a su propio nivel, ahora, la costa se presenta muy escarpada, con vistas, desde alturas variables, de ásperas rocas negras rompiendo la blanca espuma y la fuerza verde de las olas. Sin duda, es, este cuadro, de grandiosidad, mientras la vista de esta mañana, de olas lamiendo una playa, es de eterna paciencia.
Incidentalmente, esta mañana, viendo las parcelas privadas levantando sus cercos e imposibilitando así el acceso al mar, hasta ahora libre, y, en algunas partes, todavía libre, nos preguntamos qué derecho tiene el egoísmo de la propiedad privada de apropiarse el uso exclusivo de una belleza del planeta que siempre fue, y tendría que siempre quedar, de usufructo libre para todos aquellos que viven en el planeta. A ver si, algún día, se nos compartimentará también el aire que respiramos.
Con toda la susodicha imprevista lentitud, está anocheciendo y estamos lejos, bien lejos, de nuestra meta. Vamos a pernoctar debajo del gran arco de una >>>>>>>>