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▪▪▪ También, dimos, en el muelle, con un Guyanés, un Indio, de los verdaderos, de la India. Nos dijo que ya hace siete años que prefirió salir de la Guyana para establecerse aquí. Nos comentó que, en otros tiempos, la Guyana era un país viable, pero que, ahora, hay mucha falta de trabajo, mucha miseria, y muchos asaltos; que hay, en el territorio de la Guyana, demasiadas razas, razas demasiado diferentes entre sí, y demasiado individualistas en sus tradiciones y sus intereses, para dejarse unificar en un propósito común impuesto por un régimen revolucionario, en este caso, comunista. Precisamente el movimiento revolucionario cuyas manifestaciones vimos en todas partes en Lethem.

Y ahora, ¿nosotros, qué?  Vamos a pernoctar aquí, donde el río Orinoco se abre en el tremendo abanico de su delta.

Por radio desde Trinidad, escuchamos otra información relativa a Surinam. Se cuela que, ahora, aparecieron soldados libios.  La cosa se va enredando.

Por otra parte, escuchando boletines informativos como los de Trinidad, se hace obvio - por tales boletines informativos que no se dejan hipnotizar, y no hipnotizan a sus oyentes, con la eterna repetición de la confusión levantina o con suculentos escándalos - se hace refrescantemente obvio que hay muchas otras cosas que ocurren en este planeta, de las cuales nunca se habla; en particular, que las islas del Caribe, cuyos nombres mismos son sólo misterios exóticos para las muchedumbres sofisticadas, son una verdadera nebulosa de actividades, inquietudes y esperanzas propias.

Con todo, los escándalos pueden ser bien suculentos, como éste, de los Vespuccianos vendiendo ... en contra de sus propias leyes y en secreto de su propio congreso, armas a un país que, oficialmente, acusan virulentamente de ser cueva de bandidos, para obtener dinero, para financiar ... en contra de sus propias leyes y en secreto de su propio congreso, insurgentes para derrocar el gobierno de otro país que no es de su gusto.

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La noche fue pésima. Es increíble el barullo que puede invadir una pequeña ciudad. En contraste, grandes ciudades, donde el respeto mutuo es una imperiosa necesidad por la cantidad de gente que hay, pueden ser templos de silencio.

Ya habíamos echado a andar para irnos, cuando, por impulso de último momento, fuimos otra vez a la capitanía. Resultó que quizás se podría alquilar una chalana para un viaje de medida, claro que quién sabe a qué precio. Fuimos a ver al propietario de una tal chalana. No pudo darnos precio porque el capitán de la chalana no estaba.  Más tarde.