preguntarnos el año del coche o si es naftero o gasolero. Un profesor que vino aquí con sus alumnos universitarios insinuó que Karel les diera una charla sobre nuestras observaciones, especialmente, si posible, sobre ecología.
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Hoy, primero de diciembre, después de dos días y tres noches de perfectas vacaciones cerca de la cueva, siguen las vacaciones, camino hacia el norte. Sol, aire liviano, alrededor de 1.000 metros de altitud, amplísimas y agradabilísimas vistas cordilleranas que podrían ser a 3.000 metros en Colombia, ruta muy sinuosa, pero con la comodidad del asfalto. Sigamos deshaciéndonos del cansancio del viajar en gran parte del Brasil.
Ahá. El mar. Desde entre las montañas, allá abajo, el mar en la lejanía. El mar Caribe.
Ahora vamos a virar hacia el este, hacia lo que todo el mundo, inclusive los mapas, llama, contra toda evidencia, la península de Paria, si bien cualquiera que se dé la pena de observar el mapa y de usar la cabeza verá que no hay tal casi-isla sino un promontorio.
Viramos hacia dicho promontorio con tres propósitos: para ver qué tal es, para investigar las posibilidades de ir a Trinidad como escala hacia Guyana y Surinam, y para cruzar nuestros pasos con las primeras huellas de los primeros invasores pos-Vikingos que pisaron la primera tierra no insular, continental propia, de América, que fue en ese sitio.
Los accesos a la no-península van resultando más vacaciones.
Siempre una topografía muy montañosa, si bien, por pura lógica, a sólo muy escasa altitud. El que no supiera, por el mapa, que está en una franja de tierra entre dos mares, nunca se lo imaginaría por el paisaje.
A veces, la ruta sube y baja y se tuerce por los cerros costeros, ofreciendo grandes vistas del mar.
La vegetación es diferente de aquella de días pasados: baritropical, pero no selvática; palmeras de varios tipos, incluyendo cocoteras; bananos, cacaoteros, a la sombra de grandes árboles de madera dura, y matas de grandes bambúes. Un ambiente diferente de los varios ambientes diferentes entre sí de los días pasados.
Y permanentemente, una choza por aquí o por allá, nunca juntas pero nunca muy separadas; y, de vez en cuando, una aldeíta.
La gente, casi toda, negra a todas las salsas.