> Por esta precisa razón, el camino también cambió, y para peor, porque, ahora, todas sus dificultades inherentes son multiplicadas por las subidas y bajadas, como ya pasó en otros casos, imposibilitando adquirir bastante velocidad para subir las cuestas y obligando a excesivas frenadas en las bajadas, siempre, naturalmente, en primera o segunda. Hace días que nos olvidamos de la existencia de la tercera velocidad.
Falta menos para la frontera.
Sería tiempo de detenernos para la noche.
Estamos estacionados a unos 6 kilómetros de la frontera; pero, después de qué sorpresa, y en el medio de qué sorpresa. Hace unos 10 kilómetros atrás, en una distancia apenas más grande que la palma de la mano, los arbustos encorvados se metamorfosearon en densos, altos, esbeltos árboles de la selva; y selva es. Quizás no la super-selva amazónica, pero ciertamente sí un pluviobosque como vimos del lado amazónico de la Cordillera ecuatoriana. ¿Quién hubiera anticipado semejante cambio? Pero aquí está, todo alrededor, y aquí dormiremos en la soledad para esta última noche en el Brasil.
Y lo más curioso, aparte de la sorpresa, es que la selva parece llevar consigo, irremediablemente, una maldición, la maldición de los desmontes a medio hacer y de las quemas a medio hechas, porque, aquí, como si fuera una réplica de lo visto más al sur, también los hay y las hay; así como también hay las casuchas de emergencia de los desesperados que tratan de hacer algo.
En este caso, es todavía más desesperado que más al sur porque, con el terreno tan quebrado y escarpado, uno se pregunta ¿para qué? y piensa en las infinitas extensiones de sabana, aparentemente más acogedoras y más trabajables, que atravesamos para llegar aquí.
Recién, dimos una rápida pasadita a las ondas radiofónicas, a las ondas cortas se entiende, que es el único lugar donde se puede esperar encontrar algo de interés. Algo realmente de interés, no encontramos; pero sí, curiosamente con sólo un centímetro de movimiento del dial, dos emisoras cubanas dándose trompadas por el éter, una, de Cuba-Cuba, la otra, de anti-Cuba; que cada cual juzgue según sus convicciones políticas cuál venía de La Habana y cuál, de Washington.
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¿Por qué no fueron todas las noches en el Brasil tan silenciosas como ésta? ¿Qué noches nos esperan en Venezuela? Ahora, hacia la frontera y sus incógnitas; como lauchitas hacia las garras de los gatos venezolanos, si hay que creer lo escuchado.