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Aquí, aparentemente, nos vamos a quedar un par de días, practicando otra vez el fino arte de, al mismo tiempo, deshacerse del agotamiento acumulado en los días pasados, y dedicarse a tareas varias; entre ellas, averiguar definitivamente si, sí o no, hay comunicación terrestre con Guyana y Surinam, o comunicación aérea no utópica.

Lo que más interesa, es la comunicación terrestre hasta el litoral de Guyana; porque, una vez en el litoral, parece indudable la existencia de una ruta costera - mediante unos tantos transbordadores, se entiende - hacia Surinam; y, pasando Surinam, incluso hasta Cayenne en Guyane - si bien, esta Guyane, aunque técnicamente la pudiéramos visitar, no la incluiríamos en nuestra Expedición porque, mientras Guyana, ex colonia inglesa, y Surinam, ex colonia holandesa, son países hoy independientes, Guyane sigue siendo colonia, francesa; y lo que es más, si entendemos bien la cosa, ni siquiera tal miserable individualidad, personalidad, de colonia le reconoce Francia a este pedazo de América, considerándolo como simple "departamento de ultramar".

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Pasó el par de días. Boa Vista resulta bastante llevadera. Por termómetro, los calores no son menores, pero indudablemente la sensación ambiental es más aceptable; debe de ser la menor humedad y el mayor movimiento eólico.

Otro elemento que ayuda a reconciliarse con la vida es la total ausencia de rompemuelles. ¡Qué lujo, qué vida dignificada! Tampoco hay semáforos. Mucho espacio, poco tráfico.

Boa Vista incluso tiene su nomenclatura callejera según los cánones de la última moda: sus calles al oeste llevan la inicial W y sus calles al este llevan la inicial E; no importa que, en portugués, la primera inicial tendría que ser O, por oeste, y la segunda inicial, L, por leste, y no importa que la letra W ni siquiera existe en portugués. Pero es tan distinguido tenerlo todo a la gringa.

El aeropuerto es otro lugar feliz: un aeropuerto de cuento de hadas, siempre sumido en su somnolencia como un teatro entre funciones, con sólo tres o cuatro o cinco vuelos diseminados a lo largo de las 24 horas, cuando, en cinco minutos, como por magia, se prenden las luces, aparecen tarjetas postales, artesanías, se abre el negocio de chucherías, un mostrador de refrescos con el lujo y la delicia de jugo de naranja exprimido a la vista; aparecen de la nada, alguien en la agencia de viajes, alguien en el servicio de taxi aéreo, los dependientes detrás del mostrador de la única línea aérea, incluso una señorita de apariencia muy apropiada en el puesto de informaciones, y se alinean tres o cuatro taxis afuera.