•Es más agradable viajar por Africa que por América del Sur.
•Es más agradable viajar por Asia que por América del Sur.
•El país más agradable de todos los que vieron hasta ahora es la tierra de los >Tais. (Los Alemanes dijeron Tailandia, pero no vemos por qué habría que >torcer, y quizás insultar, la identidad de una nación no-anglófona con una >imposición anglófona, máxime en un contexto castellano.)
•Los Africanos y los Asiáticos son gente respetuosa, respetable, buena, >hacendosa. Se les pide que no toquen el vehículo y nunca más lo tocarán.
•En América del Sur, son unos intrometidos, y haraganes; son aves de rapiña >aprovechando oportunidades, dan una dirección y piden propina.
•No hay gente más pobre que en India pero es otro ambiente.
•En Singapur, hay multas para todo, y se cobran. Tirar una colilla de >cigarrillo, multa; tirar un papel, multa; eso sí, hay una profusión de >receptáculos para basura para que la gente pueda cumplir con los reglamentos; >cruzar fuera de la zona peatonal o contra la luz del tráfico, multa.
•¿Dar ayuda a América del Sur? Mejor uso del dinero es quemarlo para >calentarse un cafecito.
Comentario nuestro. Evidentemente, hemos visto bastante casos conforme a lo dicho para podrir todo el ambiente. A nosotros también pasó que nos dieran una simple dirección y luego pidieran una propina, etc. Pero bastante veces mencionamos la gran amabilidad de cierta gente ofreciendo su ayuda desinteresadamente, etc. Así que no hay que poner todo rabiosamente en la misma bolsa.
Ah, tiempo de embarcar; por el habitual declive de ribera lleno de irregularidades, los habituales ángulos inamistosos, entre la ribera y el planchón de hierro por un lado, y entre el planchón y el barco por el otro; en este caso, dos planchones angostos, cada uno del ancho de cada rueda, no más - y todo en marcha atrás, camiones, ómnibuses, coches.
Y más espera, ahora; una hora más.
Navegando, y sin duda corrigiendo nuestra muy errónea impresión anterior: el Amazonas es, en verdad, bien ancho; lo que veíamos desde la orilla era sólo un brazo; la anchura total es según la legenda. Un carguero de altamar anclado, aquí a más de 1.000 kilómetros del mar, a cierta distancia de la ribera, se pierde en la inmensidad del agua como en una bahía de mar.
Estamos cruzando la histórica estela dejada por Francisco de Orellana, cuando éste, después de confeccionarse una balsa, en el río Napo en Ecuador, en 1541, sin otro propósito que salvar su vida ante la ira de los paraborígenes, se encontró en una aventura que seguramente no había soñado, flotando por aquí, para terminar en el océano Atlántico en 1542, con su legendaria historia de las mujeres Amazonas. Debe de haber sido una epopeya. Ibamos a preguntarnos: ¿y la malaria? Pero, al instante, nos acordamos de que, en aquellos días, no había malaria.