Alemania, de Inglaterra, de Argentina - los únicos latinoamericanos - nadie de Vespuccia ni Canadá, nadie de Africa, nadie de Asia. Ahora, alguien tendrá que explicarnos esta estadística. Que haya más Europeos que Latinoamericanos o Africanos, se puede explicar fácilmente. Pero que no haya Canadienses o Vespuccianos, o ciertos Asiáticos, ya nos parece más difícil de explicar.
Pero, ahora nos toca la aventura a nosotros. Ahí está la primera tumba abierta. Es que es a eso que se parece esta cruda zanja transversal, una fosa común para 20 ó 30 víctimas de algo.
Y ahora, cómo decir cómo fue la cosa y dónde estamos. Diciendo simplemente que fue terrible; y que, más que terrible para nosotros, es una vergüenza para el Brasil. Ocho, o quién sabe cuántas, zanjas - ciertamente tuvimos demasiado qué hacer para contar zanjas - cortando profundamente la carretera. Cada una, en ancho, comiendo un largo de 12 a 40 metros de la ruta, y, en profundidad, de hasta 1,20 metro; todo lo cual no sería tan malo si la bajada y la subida fueran progresivas, y si no hubiera barro, pero estas fosas tienen sus costados entre abruptos y muy abruptos - y su barro es pasta lubricante.
El coche: como caballo arisco; después de Manicoré
Qué bendición fue para nosotros viajar con el mastodontino vehículo de la expedición alemana. Nos dio una tranquilidad que vale su peso en oro. Fue como tener nuestro propio tractor por si acaso.
Y el acaso ocurrió en tres de las ocho, o quién sabe cuántas, tumbas. Tres veces, nos quedamos irremediablemente varados en el fondo de una tumba, y tres veces nos sacó nuestro elefante mecánico con fuerza y suavidad. Fue una incalculable suerte para nosotros que las trayectorias de las dos expediciones, tan diferentes por otra parte, se hayan unido en este trecho tan arriesgado.
Después de haber visto y sentido en carne propia estas zanjas-tumbas, y haber visto qué pasa con los camiones cuando tratan de vencerlas no por astucia y suavidad sino por brutalidad, vemos que hubiese sido una locura cargar nuestra camioneta en un camión.
Dentro de tal zanja
Para nosotros fue barro, sudor, esfuerzo, en el horno de la selva, pero a Brasil va la vergüenza. Que no se pueda, o no se pueda todavía, tener una ruta cómoda, o que toda una ruta sea homogéneamente como fuere, se entiende y se respeta. Pero que se deje una ruta, por más mala que sea - si se la deja abierta al tránsito, y por colmo como la única arteria de comunicación de una vasta región de un país - cortada por semejantes trincheras de manera permanente y no como resultado de una catástrofe, es una simple vergüenza.
Se rumorea que es simple politiquería, no siendo ambas cosas mutuamente excluyentes. Parece que políticos locales - que tienen intereses en las compañías de navegación que unen Porto Velho y Manaos por el río Madeira - >>>>>>>>