Esta mañana, tuvimos la sorpresa de ver estacionado frente a nosotros uno de aquellos grandes ómnibuses de turismo de lujo, con una inscripción incluyendo la palabra Manaus. Fuimos a hablar con el conductor. El nos informó que no vio la carretera en los últimos veinte días, pero que, entonces, en los primeros centenares de kilómetros, estaba perfecta, y luego desmejoraba de mal en peor, pero quedando siempre transitable y sin mayores problemas. Así sea. De todos modos, por lo especificado por nuestro informante, que no vio la carretera en los últimos veinte días, es obvio que el estado de la carretera puede cambiar muy rápido.
Nos preguntábamos qué hace un ómnibus de turismo de lujo en esta perdición turística. En traslado, fuera de servicio.
Pensábamos que saldríamos tempranito hacia el penúltimo trecho largo en Brasil, hacia la incógnita de la ruta hacia Manaos; pero, entre una cosa y otra, estamos por salir recién a las 15.
"Una cosa y otra" significa, darse cuenta de que hay que agregar aceite; acordarse de que hay que limpiar la bujía que se enchastra de aceite; decidirse, finalmente, a buscar un ruido en alguna parte debajo del coche, que ya hace días que nos molesta y preocupa; y solucionarlo; ir a un supermercado y no encontrar qué comprar; buscar otro supermercado para, por fin, conseguir un poco de algo, pero lechuga, no; buscar un surtidor de nafta que tenga filtro y que, a más de tenerlo, lo tenga funcionando, y a más de tenerlo funcionando, se encuentre en una estación de servicio que tenga agua; y aguantarse, en todas estas idas y venidas, la asquerosidad de los rompemuelles por doquier, uno, en particular, muy asesino, hecho de un medio caño de cemento.
Porto Velho es bastante grande para poder ser una ciudad; pero no tiene nada que lo haga una ciudad. Tiene todas las características de un villorrio; pero sin tener ese atractivo que, a veces, villorrios tienen. Ahí está. Porto Velho es un gran suburbio de la infelicidad.
En Porto Velho, una actividad económica muy difundida parece ser la compra de oro. Y no todo es limpio en ese oro. Parte de ese oro está manchada de sangre.
Resulta que, según aprendimos, en el río de donde proviene ese oro, las aguas son profundas, y hay centenares de equipos buscando el oro. En cada equipo, uno de los socios va al fondo del agua con una máquina de succión, cateando varios lugares, de donde la aspiradora manda los sedimentos a una plataforma donde está otro socio. Este mira y mira los sedimentos que aparecen, hasta detectar que llevan oro. Al ocurrir esto, le manda una señal convenida al socio subacuático para que éste sepa, y se quede donde está la bonanza.
Naturalmente, los cateadores vecinos, y eventualmente todos los cateadores, se enteran del hallazgo y se precipitan hacia el lugar neurálgico para apoderarse de lo que puedan. En esta corrida subacuática, algunos cateadores creen >>>>>>>>