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Hoy, más que de selva o bosque, casi sería apropiado hablar de campiña amazónica. Así lo ilustran y confirman los muchos acopiadores de, cacao, café, arroz, maíz, caucho, porotos, algodón, castañas, ricino. Los gigantes selváticos que se erguían donde, hoy, hay cultivos yacen muertos en depósitos y en patios de aserraderos.  Qué hermosa madera son.

Y siempre el "ruido horrible", y misterioso a la vez; no frecuente, felizmente sin consecuencias desastrosas, pero, a pesar de ello, siempre helándonos la sangre cada vez que lo escuchamos.

A unos 100 kilómetros de Porto Velho, volvió dramáticamente el bosque - se podría casi decir selva - apretando hasta la misma orilla del asfalto; y apareció una nueva modalidad de invadirla.

A cada lado de la carretera, hay una franja, de no más de 200 a 300 metros de ancho, en los primeros estadios de ser desmontada y dividida en pequeñas parcelas familiares. Aquí, no son fazendas, no son latifundios; aquí, son parcelas.

En la mayoría de los sitios - apresuradamente, ya entre los dantescos escombros del desmonte en progreso, a veces en el medio mismo del humo, de las cenizas, de troncos ennegrecidos o todavía ardiendo - hay viviendas, un verdadero museo de viviendas de pioneros, armadas de hojas de palma, de tablas, de palos; algunas de las chozas de palmas, con sus palmas trenzadas, de manera funcionalmente eficiente y estéticamente bonita; todo cuanto la ingeniosidad y la falta de recursos pudieron dar a cada familia.


Aquí, ganado ya pastando

Aunque, al costado de una de estas vivienditas, vimos un lindo coche moderno en buen estado de conservación; quizás alguien desesperado no económicamente sino por la locura de las ciudades.

Otra familia, ya burguesa dentro del ambiente, tiene una pequeña casita con toda la prolijidad de lo prefabricado. En una choza, ya se cobija un bar; en otro sitio, ya hay un aserraderito de una hojita y de un motorcito, todavía esperando su tinglado.

Algunas familias, incluso, por entre los troncos tumbados y las malezas todavía ocupando el suelo, ya se hicieron sus pequeñas plantaciones que recién van apareciendo como puntitos verdes surgiendo del suelo, suelo inacogedor, mejor dicho, repelente, gris ceniza como muerte, con sólo un salpicado de gránulos colorados.

Vimos una familia recién llegada, con tan sólo la precariedad de sus hamacas tendidas entre los árboles, a merced de las intemperies, de los bichos, sin la menor intimidad.

Tuvimos el privilegio de ver un auténtico ambiente de verdaderos pioneros repitiendo los legendarios pionerismos del siglo pasado.

Sí, pero ¿y los paraborígenes, moradores y usufructuadores primarios de estas tierras?