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Algunos yacarés, en tierra firme, se quedan con la cabeza erguida, la boca abierta, todos sus afilados dientes en una siniestra risa, absolutamente inmóviles, como embalsamados.

En contraste con los cocodrilos, por una parte, con boca cerrada, no les sobresalen los dientes; y, por otra parte, la extremidad de su hocico, algo menos fornida, sugiere más bien precisión para agarrar meriendas menores y más ágiles que fuerza para acometer un festín más grande - como nosotros.

De todos modos, tenemos muy presente que estos bichos - en contraste con su comportamiento letárgico tan habitual que parece el único posible - pueden, cuando erguidos en sus cuatro patas, moverse con insospechada velocidad; por lo que mantenemos toda nuestra agudez de percepción por si se les ocurriera, de repente, algún antojo de golosina humana.

Se dice que la humanidad no existía en la época de los grandes dinosaurios, en el inconcebible pasado de 140 millones a 80 millones de años atrás; pero nosotros, cara a cara con estos cuadrúpedos rastreantes, o bivalentes, contemporáneos de los dinosaurios y sobreviviéndoles hasta ahora, podemos imaginarnos muy fácilmente estar parados en aquel tiempo legendario del planeta.

Muy bien. Muy interesante, estos yacarés y demás. Pero es imposible, bien imposible, creer que este exiguo muestrario pueda ser la base de la fama del glorioso Pantanal. Seguramente, tiene que haber algo muy diferente, allá más al sur, más lejos que la punta del camino; algo que, probablemente, se puede alcanzar sólo con piragua, o quizás sería una oportunidad para utilizar nuestro cayac plegadizo; algo con abundancia, grandiosidad, magnificencia.

Sabemos que, a la extremidad de este camino, hay una posada que ofrece, entre otras cosas, excursiones guiadas por el Pantanal.  Ahí vamos a averiguar.

Fuimos, averiguamos, preguntamos diez veces la misma cosa, variando las palabras, variando el enfoque; tratamos de inducirlos a llevarnos a lugares quizás no fácilmente accesibles del gran Pantanal.

Todavía no podemos creer que el gran famoso Pantanal sea sólo lo que vimos, pero diez veces nos contestaron, que todo lo que hay es lo que vimos, que todo lo que hay más al sur es la repetición de lo que vimos, y que no hay íntimas vías conectadas de bañados e igarapés que se pueda recorrer en una canoa. Sólo hay ríos, como, aquí mismo, el río Cuiabá, que se puede recorrer en barco como cualquier otro río.

Bien. Pues tenemos que rendirnos a la evidencia; y aquí mismo, vamos a dormir; con la desilusión - aunque mucha desilusión no tendría que ser en este Brasil donde las distancias cansadoras para resultados entre medianos y mediocres parecen ser la norma.