Es uno de los tantos pueblos brasileños coloniales, más específicamente de la época cuando bandas de desesperados blancos originarios de São Paulo, conocidas como las bandeiras de los bandeirantes, invadían el interior del continente en busca de oro.
Goiás no tiene lujos para ofrecer como Ouro Preto pero conserva bastante su carácter de entonces, y su principal mérito es no tener turistas.
Goiás también es el pueblo que - de haber respetado los bandeirantes portugueses el tratado de Tordesillas entre España, la descubridora, y Portugal, el envidioso - sería, hoy, el pueblo más occidental de Brasil, y sería el pueblo donde nosotros, ahora, estaríamos saliendo del Brasil, y entrando a algún otro país, probablemente de habla castellana, derivado de alguna colonia española, país que así nunca llegó a existir; o, acaso (no cuesta soñar) un país de substancia, todavía hoy, autóctona paraborigen, libre de las garras tanto de los Portugueses, respetuosos del tratado, como de los Españoles, incapaces de invadir tantas tierras a la vez.
Averiguando respecto al camino de acá a Barra do Garças y respecto a las lluvias, aprendimos, con no poca satisfacción, que gran parte del camino, a pesar de figurar de tierra en los mapas aun más recientes, ya está asfaltada; con sólo 60 kilómetros, se nos informó, todavía de tierra. Vale decir que el problema de las lluvias pasó a segundo plano en proporción directa.
Antes de lanzarnos, pues, hacia Barra do Garças, ya en territorio de características ignotas para nosotros, quisimos aprovisionarnos de aceite de motor de la marca que usamos. Como para confirmar que estamos ya en territorio marginal, nos enteramos de que, en todo Goiás, no hay una estación de servicio de la marca nuestra. Como, más adelante, las cosas serán todavía más inciertas, no nos queda otro remedio que retroceder unos 40 kilómetros a un pueblo anterior donde sí hay la marca que buscamos.
Estamos en el pueblo anterior y ¡cómo son las cosas con la estupidez humana! A nuestro primer paso por aquí, preguntamos el precio, y el que nos cotizaron era dentro de lo caro, por lo que decidimos esperar hasta Goiás, un pueblo mayor que éste y donde, supuestamente, se conseguiría más y mejor que aquí. Ahora, cuando volvimos a preguntar el precio, el mismo hombre nos dio, sin regateos, un precio inferior, precio al cual hubiésemos comprado en nuestro primer paso por aquí. Por qué dio dos precios diferentes, quién sabe, pero a nosotros nos costó 80 kilómetros inútiles y el tiempo y el gasto.
A regresar, ahora, a Goiás, donde pasaremos la noche.
Estamos estacionados a unos 15 kilómetros antes de Goiás, en un sitio al lado de la ruta, donde ciertamente pasaríamos la noche en cualquier país apto para el propósito. Estamos ante el gran dilema de si arriesgarnos a pernoctar aquí o si seguir hasta el pueblo mismo. Por lo pronto, vamos a cenar aquí.