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la cabina quemada que le faltaba al camión tanque traído al puesto de policía, anoche. No se explica cómo pudieron sacar al muerto de esa galleta de chatarra a no ser de a pedacitos, que probablemente era lo único que quedaba de él.

Para repetir lo dicho ya varias veces - pero qué otra cosa se puede decir - increíble. Si hubiésemos sabido al entrar al Brasil, podríamos haber armado una colección fotográfica de horrores férreos, tanto los fresquitos yaciendo a lo largo de las rutas como los almacenados en los puestos de policía - aunque, de todos modos, no lo hubiéramos hecho porque no nos parece correcto agregar una curiosidad intempestiva a la desgracia ajena.

De igual modo, nos hemos perdido más de una fotografía interesante para no intrometernos en la privacidad de la gente.

Viajando nuevamente, vimos otro camión transportando los restos mortales de un coche, de los chicos.

Con el correr de los hectokilómetros, nada cambió en relación con ayer salvo una cosa. Primero, vimos un incongruo pequeño campito arado; nos preguntamos qué se esperaba cosechar en esta semi-aridez. Un poco más lejos, tuvimos la contestación, y bastante sorprendente: un campito de caña de azúcar. Luego, supimos que no se trataba de una chifladura casera sino del principio de grandes cañaverales. ¿Cómo lo supimos?  Viendo una destilería de alcohol en construcción.

Otra vez escuchamos el horrible ruido con la primera medio-vuelta de rueda; esta vez, hacia adelante. Luego, ya no. Pero la impresión queda. En Brasília habrá que ver qué pasa - si llegamos; pero sí, llegaremos, tenemos que llegar.

Tan poca cosa ocurre en estos hectokilómetros que se tiene tiempo para pensar. Y el pensamiento es que estos últimos 2.000 kilómetros, desde Belém, están resultando muy largos, que, de hecho, todas las distancias de Brasil resultan más largas que sus iguales kilométricas en otros países, a punto de hacerse cansadoras y hasta desagradables. Ni en la Argentina, México, Vespuccia o Canadá, sentimos este deseo de que se pudiera acortar las distancias. Tal sentir se debe, analizando las cosas, a varios factores.

Uno, la necesidad de dormir en los puestos de abastecimiento o de policía, con todas sus desagradabilidades, o simplemente restricciones, en vez de poder disfrutar cada 24 horas de las bellezas acústicas y visuales de una noche en la soledad.

Dos, la imprevisibilidad, metro por metro, del estado de las carreteras, aun en las asfaltadas - en realidad, peor en las asfaltadas. En los muchos caminos malos que ya enfrentamos, y cuántos hubo, las deficiencias eran, en cada caso, siempre las mismas, de manera que uno se adaptaba a la situación y así seguía sin más problema que paciencia.  En el Brasil, no es así; el estado de las >>>>>>>>