nombres van siendo obliterados. Según mapas más antiguos, estaríamos, ahora, en la sierra de los Xavantes; en mapas más recientes, dicha toponimia no se menciona.
Tuvimos la suerte de encontrar, en el momento más o menos apropiado, otro puesto de policía caminera con predio muy amplio; por lo tanto, otra noche de privacidad y de seguridad.
Otra vez, trajimos a colación el tema de la seguridad de pernoctar en cualquier parte; otra vez, lo hicimos porque no podemos creer con convicción lo que escuchamos tantas veces de tantos lados; y otra vez, los oficiales nos advirtieron que es muy peligroso, que hay muchos bandidos sueltos, que, por ejemplo, unos días atrás, se habían escapado 14 presidiarios de la cárcel de Brasília, o que, sólo unos pocos días atrás, un compañero de ellos se había baleado con un maleante y había resultado herido.
Pues bien, con semejantes hechos no se puede discutir. Además, encontramos otras razones convincentes para querer dormir en puestos, de policía o de nafta: a saber que, en estos puestos, habiendo más lugar despejado de vegetación, hay menos mosquitos vectores de enfermedades; y que, siendo que tenemos el ventilador prendido casi toda la noche con su inevitable zumbido, estamos privados de la detección auditiva preventiva de cualquier cosa que pueda suceder alrededor del coche.
Estábamos cenando una ensalada de tomates, cebolla y pepinos, con un huevo duro, y, de postre, una mezcla de ananás, yogurt y miel, cuando llegó un camión-grúa trayendo en remolque un camión cisterna chocado y quemado, para agregarlo a la otra chatarra de accidentes acumulada en este puesto de policía. Al averiado, le falta totalmente la cabina; la parte del chasis que soportaba la cabina está torcida como fierro dulce; el eje delantero, los elásticos y el motor, están todos apilados encima de lo que queda del tanque propio. Este último accidente ocurrió, se nos dijo, hace una hora, y el conductor murió. Sencillamente increíble, este aspecto del Brasil.
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Esta mañana, no alcanzamos a recorrer 20 ó 30 kilómetros cuando tropezamos con otro caso de maravillarse. Para empezar, otro de esos camiones de 20 metros de largo y de 18 ruedas, volcado. Sin razón para parar - nunca nos detuvimos hasta ahora por esos vuelcos, salvo una, la primera, vez - esta vez paramos.
Y hele que, al guardar nuestro vehículo a orilla del camino, alcanzamos a ver del lado opuesto al vuelco, una chatarra ya sin pintura; probablemente algún otro accidente, viejo. Pronto nos enteramos, empero, de que el camión de 18 ruedas volcado - y con su tren delantero destrozado - era sólo la mitad de la historia. Aquella chatarra ya sin pintura, del otro lado del camino, era ... >>>>>>>>