misma. Los mosaicos mismos se van despegando, de a uno o por grupos. Un reborde de cemento está por desprenderse. El portón de entrada es un marco de fierro mal pintado con vidrio mal masillado. Y todo es mugriento, como, y por la misma razón que, la moderna iglesia de los Capuchinos en Rio/Baía de Janeiro. Una combinación de forma y de material elegida, o aceptada, sin sesos.
Incluso, a más de tantos golpes de desencanto, a uno, se le abren los ojos, y uno se da cuenta de que aun en el mural de mayólicas faltan mayólicas.
> Por dentro. Es cierto que hay dos elementos de interés. Un elemento, una tira de cuatro bajorrelieves en bronce, de cuatro escenas bíblicas; de interés porque, en vez de ser recta, es curva, en arco; un interés muy relativo por cierto, que se menciona sólo porque se trata de encontrar tablas de salvación en un naufragio. El otro elemento, la Viacrucis; de interés porque consta no de plaquetas académicas sino de cuadros pintados a la moderna, y fijados a soportes que los hacen sobresalir de la curvatura vertical de la pared.
Pero todo lo demás es lastimoso desastre. La bóveda interna de la iglesia fue simplemente forrada con vulgares paneles de madera, como se haría en una vivienda donde se trata de economizar. Algunos de estos paneles se van doblando por filtraciones de agua; algunos, muestran huellas del agua corriendo; muchos, fueron cambiados por otros, de tono totalmente diferente, en un remiendo deprimente por su despreocupación. Los bancos serían aptos, a lo sumo, para un hospital de beneficiencia, de pedazos de madera de construcción de diferentes procedencias y del plástico más barato y vulgar que se pudo conseguir. Mayólicas se van desprendiendo. En vez de un órgano, un altoparlante amenazante. El altar, si se lo puede llamar así, un barato armazón de hierro aluminizado que sería más a tono como mesa de trabajo o de venta en una fábrica. El mural detrás del altar, un ejemplo de cínica mediocridad bajo el pretexto de modernismo, como si el pintor, si se lo puede llamar así, hubiese tratado de terminar con su obligación de pintarlo, en medio día, porque tenía otras cosas más importantes que hacer.
Hemos visto iglesias, y otras obras de arte, muy modernas y muy expresivas y muy bien hechas; que no se nos diga que modernismo es sinónimo de basura.
En cuanto a la réproba mirada asustada de Cristo detrás del altar, no la vimos tal; más bien parece preguntarse qué está haciendo en medio de todo eso. El San Francisco de las mayólicas, allá afuera, parece mucho más aterrado que Cristo adentro; quizás no sin razón, en su calidad de patrono involuntario afligido por todo lo que acabamos de ver.