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Cada vista es hermosa, y el sinfín de vistas es magnífico.

El tráfico es casi nulo. Mientras tanto, debe de ser un infierno en la carretera directa de São Paulo a Rio de Janeiro.

Lamentablemente, hay otro tipo de marea por acá: la marea humana. Hay trechos donde la susodicha belleza ya fue obliterada por la densidad de sus propios supuestos admiradores. En otros trechos, va proliferando la viruela de lindas casas, viruela que, algún día, también acabará por obliterar la belleza. En otros trechos, tractores y niveladoras ya están derribando el bosque natural para dar lugar a nuevos loteos.

Felizmente, por ahora, grandes trechos todavía quedan intactos. Pero algún día, con toda seguridad, todo eso se volverá un miserable corredor sin fin, de Santos a Rio de Janeiro, de lanchonetes, hoteles, basura y ruido.

Lamentablemente, también, como consecuencia de lo anterior, ya están arruinando esta belleza casos de modernos salvajismos y subdesarrollo.

Salvajismo, como ser, en los lugares ya poblados, las infames lomadas rompemuelles, obligando los motoristas a parar o romperse un elástico; en un país civilizado, sería suficiente un cartel, pero aquí, por lo visto, todavía se impone cordura por terror.

║ Subdesarrollo, como ser las inscripciones de consignas políticas con brocha gorda en cualquier lugar que se presta para tal propósito, incluyendo los propios carteles de señalización vial.

║ Ah sí, y también casos de ineptitud: la misma ineptitud que vimos en la Argentina de imperativos carteles rezando "Escuela, 20 kilómetros por hora" sin indicar horario, de manera que el motorista tiene que reventar a 20 kilómetros por hora, a más de sufrir las lomadas, aun con los niños en casa o de vacaciones.

Pasaron otros 100 kilómetros y sigue la magnificencia. El mero hecho de poder maravillarse, incluso de no poder no maravillarse, tantas horas y tantos kilómetros seguidos con la misma frescura es una maravilla en sí. Lástima que no se pueda traducirla en fotografías. Sólo el recuerdo podremos llevar con nosotros.

En el pueblo de Itacuruça se terminó la maravila. El mar se alejó a la derecha, las sierras se alejaron a la izquierda, queda sólo una llanura deprimente como son todas las llanuras ante-urbanas. Pronto estaremos en Rio de Janeiro.

Ya sabemos donde dormiremos en esta tan mentada cueva de ladrones; es como ir a un hotel con reservación confirmada: en la estación de servicio del padre del dueño de la estación de servicio donde pernoctamos en Curitiba.