Qué bendición, esa voz tranquila, inteligente y civilizada, en celestial contraste con el intencionado sensacionalismo de opereta de tantas emisoras, incluyendo Radio Nacional de Argentina.
Luego, hubo un programa de dedicatorias entre familiares y entre amigos, diseminados, por lo que entendimos, por el territorio de los Mennonitas; ya sea con mensajes como "adelante con el trabajo, querida amiga" o "adelante con los estudios, querida sobrina" o "paz y felicidad, que Dios guíe tus pasos" etc...; ya sea con canciones en el mismo espíritu, empezando con "que sea feliz" o "es una gran gloria"; o con, a veces, mensajes simplemente con versículos de la Biblia.
Luego, hubo un programa en un idioma paraborigen, pero ciertamente no guaraní porque éste ya lo reconocemos.
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Después de una noche gloriosa de silencio y de estrellas por nubes, empezamos el día con un glorioso amanecer; con el Sol asomándose por detrás de una laguna a la cual, anoche, no prestamos atención.
Fuimos a caminar por la orilla del agua. Allí, nos esperaba un yacimiento de fósiles en formación para algún paleontólogo dentro de unos millones, acaso decenas de millones, de años: centenares de conchas de caracoles, de un tamaño como nunca vimos, de unos 8 a 10 centímetros de diámetro, encastradas en el firme barro, esperando sólo ser cubiertas totalmente para su protección, y ser bajadas a la tenebrosa prensa caliente de las entrañas terrestres, para ser transformadas en fósiles, y luego redescubiertas por la erosión.
Otra vez, hace un realmente inesperado frío, de 8 grados.
Avanzando otra vez por este Chaco paraguayo, nos percatamos de algo que estuvimos mirando todo el día ayer, pero que no habíamos visto, o percibido a su justo valor, y es que, lejos de ser tierra abierta, es tierra alambrada y alambrada. Otra cosa que notamos con atraso es que la tierra no es roja sino color greda.
¡Ahá! Ha terminado el asfalto. Hablando con una cuadrilla de vialidad que trabaja aun hoy, domingo, nos enteramos de que - a pesar del mapa que muestra que el asfalto sigue unos 350 kilómetros más lejos, y a pesar de la gente en Asunción que nos aseguró repetidas veces que, incluso, el asfalto ya llegaba más lejos todavía que indicado por el mapa, la cruda realidad es que el asfalto termina aquí; de poco nos sirve que se sigue extendiendo al ritmo de 2,5 kilómetros por mes a pesar de la gran dificultad de que no hay piedra o grava a centenares de kilómetros para su fundación.