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A» Como no podría ser de otra manera a esta altura de la Expedición, fuimos a un taller mecánico, el más grande, o mejor dicho el único grande, en nuestra marca, en Paraguay, para una revisación de los ejes traseros, preventiva, ya que no hay síntomas de desperfectos, pero razonable, después de haber tenido que cambiarlos ya tres veces, antes del gran zigzagueo por las vastedades y vaciedades del Brasil.

Antes de que siquiera se tocara el vehículo, ya aprendimos algo del alma guaraní, por lo menos en aquel taller; y después de que se hubiese tocado el vehículo, aprendimos algo más.

Empezamos especificando lo que deseábamos; y pedimos precio. Conseguir aquel precio fue como convencer una víbora que entrara en una caja sin tocar la víbora. Finalmente, se tomó una cita para el día subsiguiente a las 8, sí señor, a las 8 en punto.

Cuando llegamos a las 8 en punto, el señor jefe de taller nos anunció que no nos podrían atender.

- ¿Y cómo es que no nos pueden atender? Si es que tenemos cita para ahora > mismo.
- Sí, pero cuando Ustedes estuvieron aquí, anteayer, fue la primera y única >>vez, y, aquí, es recién después de que la gente aparece dos o tres veces que >>la tomamos en serio. La primera vez, aunque demos cita, no la tomamos en >>cuenta.

Ante semejante actitud, nos acordamos de que habíamos escuchado de un taller chiquitito pero buenito. Muy diplomáticamente tomamos cita nuevamente con el taller grande, para el día siguiente, y nos fuimos de inmediato al taller chico.

Este no nos pareció mal, incluso su dueño nos atendió bien; incluso nos dio un precio sin vueltas; incluso podía hacer el trabajo de inmediato. Abrieron la tapa del diferencial - y dos horas más tarde, era penosamente evidente que no sabían sacar los dos ejes, si bien, por nuestras experiencias anteriores, es una operación sencillísima.

Al día siguiente, acudimos pues a nuestra segunda cita con el taller grande. Abrieron la tapa del diferencial - y dos horas más tarde, era sobradamente evidente que no sabían sacar los dos ejes. Cuando empezaron a golpear a martillazos las puntas de los ejes, dijimos basta. Se tapó el diferencial y nos fuimos.

Qué sensación de impotencia era escuchar los mecánicos hablar en guaraní y no entender ni media palabra, de algo que era fácil imaginarse como horribles realidades.

Y decidimos que, siendo que, después de todo, no había síntomas de desperfectos - al contrario, por tacto externo, los ejes parecían muy firmes - no valía la pena meterse en tantos problemas, y acaso hacer algo mal por querer hacer algo bien.