A lo largo de la nave central, se enterraba a los paraborígenes cabildantes, o sea aquellos que alcanzaban la mayor jerarquía por haberse doblegado más a la infiltración europea.
A un costado de las ruinas, se encuentra, ahora, un pequeño edificio, que se debe respetar en su carácter de nueva iglesia porque así fue dedicado, pero que, al lado de, y en contraste con, el esplendor que todavía se adivina en las ruinas, parece un menesteroso depósito, con algunas estatuas, más o menos enteras, en forma y en colorido, salvadas de las ruinas. Una de estas estatuas está ahuecada por atrás de tal manera que un padre escondido en ella podía hacerla "hablar".
Misionario - misionero; dos palabras por cuya diferencia, en otra parte del mundo, no nos haríamos mucho problema, pero que, en esta parte del mundo, tenemos que cuidar no confundir: siendo que misionero es lo relacionado con la provincia, ahora argentina, de Misiones, y misionario es lo relacionado con propagación.
Durante el desayuno, después de la visita de las ruinas, escuchamos la radio. Sintonizamos, como no podía ser de otra manera en este día patrio de la Independencia paraguaya, la transmisión del desfile de rigor en la vecina ciudad de Encarnación. Durante los veinte minutos más o menos que quedamos sintonizados, no escuchamos otra cosa que el desfile de los escolares, de escuela, tras escuela, tras escuela, ni otra cosa que los comentarios pertinentes a cada escuela: el año de fundación, la evolución, la cantidad de aulas, de maestros, de alumnos, de grados, las facilidades de estudios como ser biblioteca, o campo de deporte, o laboratorio.
No sabemos qué pasó en el desfile antes o después de nuestra presencia radiofónica, pero lo que escuchamos nos pareció muy extraño y ejemplar, cuando lo común en cualquier país hubiese sido militarismo y más militarismo.
Lo que pega perfectamente con otra cosa que ya escuchamos, a saber que el presidente de Paraguay pasa buena parte de su tiempo en el interior del país, inaugurando escuelas rurales, obras públicas, o simplemente entregando diplomas
en escuelas y colegios; y también que, cada martes, recibe a muchedumbres de ciudadanos para escuchar y solucionar sus problemas, grandes y pequeños.
Y ahora, a seguir por el Paraguay en dirección general hacia su capital, Asunción, con, pensamos, paraditas en otras ruinas jesuíticas.
Paraguay también produce arroz; si no, el pueblo de Carmen del Paraná, que acabamos de pasar, no podría ufanarse de ser la Capital del Arroz.
Justamente desde Carmen del Paraná, la topografía se ha vuelto totalmente chata, lo que no vale decir horizontal porque siempre tiene un levísimo declive de un lado o de otro.