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Esta mañana, Karel amaneció más o menos bien; lo suficientemente bien para seguir viaje hacia el norte sin cometer una imprudencia dentro de las circunstancias del invierno ártico. Sin embargo, estamos todavía en el mismo campamento, y vamos a pasar otra noche aquí.
Resulta que, esta mañana, salimos con nuestro vehículo del campamento, a ver cómo estaba la carretera; con recorrer pocos kilómetros, encontramos que estaba tan resbaladiza como días pasados. Volvimos al campamento, ponderando - ¿ahora, qué?
La suerte quiso que, en la sala común, nos encontráramos con los dos policías que ministran la apacibilidad del campamento y de incontables leguas cuadradas a la redonda. Y como, una vez dentro de esta tierra prohibida, todo el mundo es amigo de todo el mundo, nosotros también ya somos amigos de los policías. Y estudiamos con ellos la situación. Ellos llegaron a la conclusión y nos demostraron que nuestro problema es el peso y el volumen que llevamos en el techo del vehículo. Y la teoría se comprobó en la práctica: salió uno de ellos a manejar nuestro vehículo y lo encontró difícil de controlar; luego, salimos nosotros con el policía en el vehículo de la policía que, por casualidad - o no tanta casualidad - es el mismo modelo que el nuestro, y fue toda una revelación: lo manejó el policía a 120 kilómetros por hora por el hielo de la carretera, y luego lo manejó Karel también, a la misma velocidad, y nos sentimos tan seguros como si hubiese sido asfalto seco.
La carretera helada
Con esta demostración, los policías nos ofrecieron encontrarnos un lugar donde guardar las cosas del porta-equipaje, para que pudiéramos seguir viaje hacia el norte sin el peso en el techo. Así se hizo. Tuvimos que estacionar el vehículo en el taller calentado del campamento para, primero, derretir la carapazón de hielo del toldo, y luego nos pasamos dos horas en -25 grados, bajando entre 200 y 300 kilogramos de equipo variado. Así que mañana será, y esperamos que sin problemas; aunque, tenemos la perspectiva poco agradable de tener que cargar de vuelta todo en el porta-equipaje a nuestro regreso.
Pasando a otra cosa, en oportunidad de ir, esta mañana, a inspeccionar la carretera, llegamos a una hondonada que se podría llamar infernal si no fuese que el infierno, según se dice, escupe fuego, y no frío. Emanaban, se elevaban, se expandían, desde algún lugar ahí abajo, lugar tapado por ellas mismas, espesas volutas de vapor. Vimos que era como la boca de un calderón - infernal, pues, porque es la única descripción apropiada - en un punto de una cinta chata, horizontal, blanca, un río, naturalmente, con estos fríos, totalmente helado, con el hielo, a su vez, inclusive cubierto por la misma >>>>>>>>