> El Teatro Colón debe su fama no a su exterior sino a su interior, señorial a la gran manera del siglo pasado.
> En la susodicha plazoleta, hay un tremendo árbol, debajo de cuyas ramas extendidas horizontalmente en círculo se podrían resguardar ciertamente entre cien y doscientos caballos; una maravilla de la naturaleza a la cual nadie presta atención.
> Es increíble que, en un país tan agrario como lo es la Argentina, sea imposible conseguir semillas de girasol, de zapallos, y otras, para consumo humano, como se puede conseguir fácilmente en Nueva York.
> Por otra parte, nos estamos llenando, día tras día, de uva superlativamente deliciosa, y a una fracción de lo que costaría cualquier uva en Nueva York. Es que ahora, en marzo, es la época.
> La impresión final con la cual nos quedaremos es que los Argentinos son bastante chanchos. Basta ver las calles céntricas de Buenos Aires, y cierta ruta que recorremos a menudo en las afueras de Buenos Aires: ésta, un verdadero basural de basuras traídas por camionadas al amparo de la noche.
> En otra ruta de las afueras de Buenos Aires que recorremos a menudo, hay otro ejemplo de subdesarrollo: una ruta angosta que tiene que soportar un intenso tráfico, incluyendo coches particulares, grandes camiones con acoplados y ómnibuses. Puede ser que no haya dinero para ensanchar este camino a la medida del intenso tráfico, pero ¿cuánto dinero hace falta para que los ómnibuses paren para los pasajeros a un costado de la ruta y no en el medio de la calzada, taponando, cada rato, el intenso flujo de tráfico?
> Al contrario de nuestra impresión original, sí se puede sintonizar Radio Sodre de Montevideo en Buenos Aires; una bienvenida fuente de música clásica, más nutrida que lo que se ofrece en ésta.
> Parece que la Argentina también se pasó al bando de Vespuccia en la enunciación de las decimales: uno punto cuatro, en vez de uno coma cuatro, etc.
> Ejemplo de cómo se pierde tiempo por deficiencia, ineptitud, de los demás. Quisimos mandar hacer duplicados de unas llaves; uno pensaría que basta con ir a la cerrajería y volver con las llaves, y pasar a otra cosa; pero ¡no aquí! De los cuatro duplicados, dos para una cerradura, dos para otra, ninguno funcionó. De vuelta a la cerrajería. De la segunda tanda, tres llaves funcionaron, pero la cuarta ni siquiera entraba en la cerradura. Decidimos desarmar el tambor de la cerradura, por la duda - y de vuelta a la cerrajería. Después de la tercera vez, vale decir después de seis veces quince minutos de viaje y el gasto correspondiente, los cuatro duplicados funcionaban correctamente. Ah, sí, pero Karel tuvo que rearmar el tambor de la cerradura.