Volviendo al tema del frío, hablar de 30 ó 35 grados bajo cero no refleja la realidad de la situación. Hay que ver el pan, duro como una roca; las pasas de uva, duras como piedritas; el dulce de cranberries, hecho un pedazo de hielo colorado; las aceitunas, totalmente heladas en su líquido; el aceite de oliva, duro como cemento; la capa de hielo cubriendo los cristales del coche; la capa de nieve en el piso del coche, traída poco a poco por los zapatos y que se va acumulando y nunca se derrite; para comprender y sentir qué son tales fríos.
Volviendo a nuestra zambullida en la nieve, es gracias a ella que pudimos tener un contacto, tanto con dos de los auténticos habitantes de estas partes, como con la vida de un campamento de gente importada a estas partes, contactos ambos que también nos abren ventanas nuevas.
Volviendo a nuestro viaje de ayer, aprendimos dos cosas que, sin nieve, no podríamos haber aprendido.
- Vimos una cantidad bastante elevada de huellas de alce.
Según nos enteramos, es bastante inhabitual porque, en invierno, no se suele ver esos animales a orillas de los bosques porque se quedan todos amontonados en tropillas, en las profundidades de los bosques, para protegerse del frío.
- También vimos un espectáculo de verdad delicado y curioso, y con un final sorprendente.
Notamos - en una extensión de nieve en contrabajo del camino, o sea fácilmente observable - una red de huellas finas y bastante entrecruzadas, casi como un encaje; pareció suficientemente interesante como para detenernos un rato y observar mejor el encaje; como lo estábamos mirando, no fue de creer nuestros ojos, pero el encaje de huellas estaba creciendo hilo tras hilo, por sí solo, sin hacedor a la vista.
Fijándonos mejor, descubrimos que era un caso de lo visible y de lo no visible, algo como las estelas de vapor, muy visibles, dejadas en el cielo por un avión, casi no visible: en este caso, el encaje de huellas, bien visible, estaba siendo aumentado, hilo por hilo, por ptarmiganes, o sea lagópodos, casi invisibles, las aves del tamaño de un pequeño pollo, y más redondas, que se vuelven blancas en invierno para mejor confundirse con la nieve, y moteadas en verano para mejor confundirse con la vegetación.
Pudimos observarlas, corriendo atareadamente de arbusto en arbusto buscándose su comida del día; después de un rato de este ballet que se podría llamar El Encaje de la Nieve, los ptarmiganes/lagópodos se dieron cuenta de nuestra presencia y se esfumaron, en un corto vuelo, detrás de unos pinos, como bailarines desapareciendo elegantemente detrás de los entretelones.
¿Cómo amanecerá Karel mañana?