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Volviendo al tema del frío, hablar de 30 ó 35 grados bajo cero no refleja la realidad de la situación. Hay que ver el pan, duro como una roca; las pasas de uva, duras como piedritas; el dulce de cranberries, hecho un pedazo de hielo colorado; las aceitunas, totalmente heladas en su líquido; el aceite de oliva, duro como cemento; la capa de hielo cubriendo los cristales del coche; la capa de nieve en el piso del coche, traída poco a poco por los zapatos y que se va acumulando y nunca se derrite; para comprender y sentir qué son tales fríos.

Volviendo a nuestra zambullida en la nieve, es gracias a ella que pudimos tener un contacto, tanto con dos de los auténticos habitantes de estas partes, como con la vida de un campamento de gente importada a estas partes, contactos ambos que también nos abren ventanas nuevas.

Volviendo a nuestro viaje de ayer, aprendimos dos cosas que, sin nieve, no podríamos haber aprendido.

  1. Vimos una cantidad bastante elevada de huellas de alce.

    Según nos enteramos, es bastante inhabitual porque, en invierno, no se suele ver esos animales a orillas de los bosques porque se quedan todos amontonados en tropillas, en las profundidades de los bosques, para protegerse del frío.

  2. También vimos un espectáculo de verdad delicado y curioso, y con un final sorprendente.

    Notamos - en una extensión de nieve en contrabajo del camino, o sea fácilmente observable - una red de huellas finas y bastante entrecruzadas, casi como un encaje; pareció suficientemente interesante como para detenernos un rato y observar mejor el encaje; como lo estábamos mirando, no fue de creer nuestros ojos, pero el encaje de huellas estaba creciendo hilo tras hilo, por sí solo, sin hacedor a la vista.

Fijándonos mejor, descubrimos que era un caso de lo visible y de lo no visible, algo como las estelas de vapor, muy visibles, dejadas en el cielo por un avión, casi no visible: en este caso, el encaje de huellas, bien visible, estaba siendo aumentado, hilo por hilo, por ptarmiganes, o sea lagópodos, casi invisibles, las aves del tamaño de un pequeño pollo, y más redondas, que se vuelven blancas en invierno para mejor confundirse con la nieve, y moteadas en verano para mejor confundirse con la vegetación. 

Pudimos observarlas, corriendo atareadamente de arbusto en arbusto buscándose su comida del día; después de un rato de este ballet que se podría llamar El Encaje de la Nieve, los ptarmiganes/lagópodos se dieron cuenta de nuestra presencia y se esfumaron, en un corto vuelo, detrás de unos pinos, como bailarines desapareciendo elegantemente detrás de los entretelones.

¿Cómo amanecerá Karel mañana?