español english français česky

Nos preguntamos por qué el público acepta con obediencia ovina, cargarse como burro para llevar a casa estos kilogramos de propaganda, y pagar por encima por ello, en vez de, quizás, recibirlo todo gratis. Y nos preguntamos cómo es que este alud de propaganda no se ahoga a sí mismo en una total ineficacia. ¡Increíble!

El texto, en este diario, que más poderosamente, más fundamentalmente, llamó, y llama, nuestra atención consta de sólo siete palabras. Es el lema, algo como el orgulloso escudo de nobleza, del diario. Es, en inglés: "All the news that's fit to print". En castellano, algo así como: "Todas las noticias aprobables - o apropiadas, o convenientes, o aptas - para su impresión".

¡Pura censura - autocensura, pero censura al fin, esgrimida como profesión de política! ¿Cómo puede un diario en una sociedad que se dice ser libre, abierta, democrática, proclamar que publica solamente aquellos acontecimientos que él, el diario, considera apropiados, aptos, fit, para el público - y, se supone, para los temas y las personas involucradas - y que calla ante sus lectores los acontecimientos y las personalidades que considera inapropiados, unfit, para su diseminación? ¿No sería más autodignificante "All the news that occurs", "Todo cuanto ocurre"?  Bastante increíble.

Asimismo, tuvimos tiempo para consultar la guía telefónica amarilla, o sea temática, y quedarnos debidamente impresionados: el poderío de sus 1.501 páginas, con la tremenda variedad de servicios y mercancías ofrecidos, no puede ser, sin duda, sino el reflejo del poderío de una gran ciudad, muy gran ciudad. Ah, sí, y esta guía contiene tan sólo los bienes y servicios ofrecidos al público consumidor; los bienes y servicios ofrecidos al comercio y a la industria ya no cabrían en ella, por lo que, para este último renglón, hay otra guía telefónica temática con su propia explosión de 1.690 páginas. ¡Bastante asombroso!

Finalmente - por ahora - caminando, ayer, por las calles céntricas de Nueva York en busca de un hotel, después de haber caminado, apenas horas antes, por las calles céntricas de Buenos Aires, fatalmente se nos impuso compararlas, por su similitud, a primera vista, pero por sus grandes diferencias a segunda vista.

La primera impresión es que las calles de acá forman simplemente el mismo cuadriculado que en Buenos Aires. Pero pronto surge una sensación de menos apremio físico y, a veces, incluso, de cierta fantasía. En Nueva York, las calzadas son más anchas; las veredas más cómodas; y los edificios, en vez de formar hileras herméticamente rectilíneas y de alturas inatrevidas, se presentan frecuentemente como entidades geométricas sueltas, a menudo de proporciones muy atrevidas, colocadas en varios recesos en relación con el eje de la calle.

Por otra parte, las calles y avenidas de Nueva York son otro reflejo de la falta de conceptos vespucciana. En Nueva York, una avenida no es una vía más cómoda o amplia, llevando a puntos claves; una calle no es una comunicación >>>>>>>>