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esperar las altas horas de la noche - después de las 21 ó 22 como habitual, cuando los oídos delicados ya duermen - para escuchar semejante música. Todo ello, por una razón que todavía no llegamos a entender, de Montevideo, y no de Buenos Aires.  Pero de dondequiera que venga, aprovechamos.

Es que estamos acortando las distancias; antes, de más lejos, podíamos captar la música solamente desde el anochecer; ahora, la podemos sintonizar en cualquier momento del día. No es que no hayamos sintonizado también emisoras de Buenos Aires, pero nunca Radio Nacional y nunca algo de cultura. Lo curioso es que pudimos sintonizar, si bien de manera efímera, Radio Nacional de Mendoza, muy lejos, al pie de los Andes.

También, entre otras cosas, en Montevideo, dan boletines de meteorología; cuyo interés podría ser su simple existencia, ya que, en varios países ya visitados, nunca pudimos aprovechar semejante lujo; pero cuyo interés de mayor sorpresa es que provienen, esos boletines meteorológicos, de una oficina meteorológica aparentemente autónoma, y no dependiente de algo militar, como de la marina, en el Perú, o de la aviación, acá, en la Argentina.

Siempre nos pareció absurdo y ofensivo que una oficina técnica tenga que depender de los militares, en vez de ser autónoma y distribuir sus informes a todo el mundo, incluyendo a los militares. Cuando estemos en el Uruguay, probablemente confirmaremos la situación.

Lamentablemente, para disfrutar de un poco de música folklórica, estamos todavía obligados a levantarnos temprano en las oscuras horas de la madrugada cuando las emisoras se atreven a propalar tan vergonsozo material, antes de que despierten los oídos delicados. Cuando se prende la radio, a la mañana, si se escucha música folklórica, es todavía antes de las 8. Si ya no se escucha, es después de las 8. Solamente tangos se llega a escuchar en cualquier momento del día o de la noche.

Hoy también, hay ráfagas de innumerables mariposas.

También, asistimos al festín de una araña con su cuerpo decorado para asustar a cualquiera: una cruz de pirata y calavera. Un tábano, o algo que no tuvimos el tiempo de ver bien por la rapidez de los acontecimientos, tuvo la desgracia de tocar la telaraña. Con una velocidad sorprendente, la araña se lanzó de su puesto de acecho, en el medio de la telaraña, hacia su infeliz presa, y con una velocidad imposible de seguir con la vista, envolvió su presa en una camisola de fuerza absolutamente inexpugnable. Y ahí se quedó la araña, esperando que su desayuno probablemente se sofocara. Al rato, lo llevó al centro de su telaraña y empezó a chuparlo. Una hora más tarde, todavía se estaba deleitando.  Otra hora más tarde, todavía se estaba deleitando.



Como para asustarse.  ¡Menos mal que era chiquita!

Ah, pero qué escalofriante decoración, la del cuerpo de esta araña. Y el dorso