vulnerable - vimos dos siluetas paradas en la oscuridad; lo suficiente como para no saber si alegrarse o asustarse.
De la parquedad del diálogo que siguió - de quizás tres o cuatro enunciamientos en total - nos vamos a acordar siempre de los dos primeros enunciamientos, de dos joyas por parte de las siluetas. La primera, que no pudo haber sido dicha humorísticamente en tales circunstancias, "¿Están bien?". Y la otra, que nos partió el alma, "Somos solamente Indios".
Habíamos tenido la invaluable suerte de haber sido descubiertos, casi en seguida, por dos Ininivuks que, según nos enteramos luego, viven a unos cinco kilómetros del lugar. En palabras pocas y eficientes, nos dijeron que irían a buscar ayuda a un campamento de vialidad del gobierno que, por grandísima suerte se encuentra a sólo once kilómetros del lugar. Apenas dicho, desaparecieron los dos Ininivuks para caminar - caminar - los once kilómetros en la noche y los 30 grados bajo cero, con viento por añadidura.
¡Qué suerte enorme habíamos tenido! En vez de esperar una ayuda eventual dos noches y dos días más tarde, en un frío que podía bajar a cualquier extremo del criómetro, y con el peligro de quedarnos cubiertos de nieve en nuestra hondura, estábamos ahora a punto de recibirla inminentemente, dentro de un par de horas. Fue con espíritu tranquilo, satisfecho y agradecido que nos anidamos al sesgo en nuestra cama inclinada, a esperar.
Pasó un poco más de tiempo que el previsto; lo suficiente como para implantar en nuestra cabeza la posibilidad de que la ayuda no se materializaría. Pero la duda no tuvo el tiempo de agudizarse; finalmente, aparecieron una cuadrilla de la vialidad con un camión y nuestros dos Ininivuks.
En seguida vieron lo que nosotros también vimos en seguida, a saber que haría falta no un camión, por más grande que fuera, sino algún tipo de maquinaria pesada, como un buldózer o algo similar, para sacarnos de nuestra situación. La cuadrilla volvió pues al campamento para buscar el armatoste adecuado, y los dos Ininivuks se quedaron con nosotros.
En nuestro vehículo, en su posición precaria, y donde, en las mejores condiciones, hay apenas lugar para nosotros dos, nos amontonamos los cuatro, esperando el retorno de la cuadrilla. Y fue un rato muy agradable que pasamos.
Les plugo a los dos Ininivuks enterarse de que nosotros sabíamos que no eran "tan sólo Indios", sino miembros de la nación ininivuk, y de que estábamos enterados de los atropellos de que habían sido víctimas en los últimos años por la ocupación y anegación de sus tierras tradicionales para la construcción de las grandes centrales hidroeléctricas para alimentar el derroche de uso de electricidad en lugares tan alejados como Nueva York. Y les agradó ver los ejemplares del periódico paraborigen que habíamos comprado en nuestra visita a Akwesasne.