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Esta mañana, no pudimos resistir volver a Punta Pirámides para ver otra vez los leones marinos, con otra iluminación y con otro nivel de la marea.
Pero ahora sí, hacia el norte.
Estamos tragando kilómetros.
Hemos cruzado de la provincia de Chubut de vuelta a la provincia de Río Negro, más o menos a la latitud de Bariloche, de tan espeluznante recuerdo, allá lejos, en la Cordillera.
La carretera resulta ser asfaltada pero de un andar turbulento, y demasiado angosta para el tráfico, en su mayoría camiones y acoplados, sorprendentemente numerosos considerando que hoy es domingo. Es un poco escalofriante ver uno de estos gigantes sobre ruedas tratar de adelantarse a un congénere igualmente corpulento por la angostura de asfalto.
La topografía es, todo el tiempo, una peneplanicie letárgica, donde cualquier cosa más alta que el horizonte ya se merece el título de sierra; incluso, un pueblito cerca de tal sierra tuvo que llamarse Sierra Grande.
Incidentalmente, en dicho pueblo, se ocupan de mineral de hierro, y encontraron una manera de acarrearlo 32 kilómetros sin mover un meñique o una maquinaria: en solución acuosa por una canalización.
La vegetación sigue, todavía, de aridez esteparia, pero cambiando casi secretivamente a matorral tupido estirando cada vez más sus ramitas y poniendo cada vez más verdor en sus hojas. ¿Será el presagio de las famosas zonas fértiles de la Argentina? - que, desde ya, no pueden ocupar sino una parte menor del país, por todo lo que ya vimos en desiertos.
A la altura del puerto de San Antonio Oeste, estamos en una zona hasta donde los Brasileños quisieron invadir, en 1827, en su permanente expansionismo por tierras de América que, por un tratado firmado entre Portugal y España respecto a la división del botín americano entre los invasores, pertenecían a España.
Un poco al norte de San Antonio Oeste, vamos a pernoctar.
En los últimos kilómetros recorridos, y donde estamos, empezaron a surgir por encima del matorral, como rocas aisladas por encima de un mar, árboles aislados, sin duda chicos, redondos, tímidos, pero árboles de verdad y al natural, o sea sin riego.