Es que, esta mañana, de vuelta en Camarones, y antes de seguir viaje - y seguir de inmediato, según estábamos firmemente decididos porque también tenemos que ir adelantando - nos detuvimos en un negocio de ramos generales para unas compras. Pero dio la casualidad, o quiso la suerte, que el negocio está justo a la entrada a un muelle, compacto pero sólido, formando una pequeña dársena. Y dio la casualidad, o quiso la suerte, que Božka, en un vistazo distraído y sin intenciones, viera, en el agua, ágiles, aerodinámicas, o quizás acuadinámicas, y flexibles, formas evolucionando ahí abajo. Sí, lobos marinos en plena actividad en su elemento natural.
¿Quién quería seguir viaje? No nos tomó mucho tiempo para encontrarnos en el muelle, tratando de llenarnos los ojos con los acontecimientos en el agua.
Ahí estaban los lobos marinos, nadando, desapareciendo en la profundidad, reapareciendo justo debajo de la superficie del agua, emergiendo a veces de cabeza, a veces de buena parte del cuerpo; soplando; atrapando peces que unos pescadores tiraban, probablemente descartaban, de sus buques amarrados; a veces, atrapándolos en carrera con una gaviota en picada en busca del mismo bocado; también, algunos, durmiendo o, por lo menos, descansando, flotando como una vejiga inflada, después o antes de su participación en el festín.
Aquí, un lobo con una gaviota
También, como tema segundario contrapuesto a un tema principal, apareció un pingüino que también pudimos observar en sus tremendas propulsiones e increíbles cambios de dirección debajo del agua, más ágiles que los de los pájaros en el aire; y luego, otro pingüino se unió al primero.
Así, ocupadísimos nosotros, intervino otro elemento en el escenario para descompaginarnos toda la mente: un pescador, de uno de los tres barcos, nos gritó si queríamos un salmón, que nos lo quería regalar; y antes de que nos diésemos plenamente cuenta, teníamos en nuestro poder una bestia de casi un metro de largo y, por estimación del pescador, unos 15 kilogramos. ¡Quince kilogramos de pescado en un solo pescado para nuestros pobres dos pequeños estómagos!
¡Seguro que del supermercado no viene!
A segundo plano pasaron los lobos marinos, los pingüinos, las gaviotas y otros pájaros acuáticos, y ahí mismo, en el muelle barrido por el viento patagónico - que los mismos pescadores dijeron que era un temporal - Božka empezó a luchar con un pescado como nunca había tenido en la vida.
Un hombre se apiadó y se ofreció a mostrar cómo descuartizar el pescado. Dicho y, en un santiamén - bueno, dos santiamenes - hecho, con una dexteridad notable. Ah, sí, claro. Nos enteramos - pero sólo al final de la proeza - que el prestidigitador de pescados trabaja ¡en una procesadora de pescado del pueblo!
Con todo ello, ya ni pensar en viajar hoy. Mañana será.