nuestro vehículo. Tuvimos que comprar el aceite en otro negocio e ir a la estación de servicio que no tenía aceite.
• Comprar querosén. En un sitio, no había, pero en otro sitio, sí.
• Ponerle un poco de líquido al sistema de frenos.
• Buscar ciertos soportes de plástico para la regulación de los faros delanteros; de los cuales soportes ya se nos rompieron dos y seguramente otros se seguirán rompiendo. En un negocio, no tuvieron, en otro, tampoco, en otro, tampoco, en otro, tampoco; por fin, en otro, sí, tenían. Incluso, nos regalaron los cuatro que queríamos comprar.
Hablando de lindos gestos, se nos acercó, hoy, un joven y nos agradeció que estuviéramos recorriendo toda la Argentina para conocerla mejor. Muy emotivo.
• Lavar la ropa. Vale decir buscar un lavadero, por aquí, por allá; y hacer el trabajo: dos horas y media en un local sobrecalentado y encerrado, por lo tanto, agotador; el precio, aparte: carísimo, mucho más caro que en Bariloche.
Por lo menos, este lavadero nos trajo la única chispa memorable de Río Gallegos.
Su dueño, a más de ser un comerciante, también debe de ser aficionado a la etimología, y consciente de la etnografía tehuelche, porque llamó su lavadero muy apropiadamente, Aike Lavar, "El lugar para lavar". Pero, a más de comerciante, etimólogo y etnógrafo, también debe de ser un buen chistoso, porque, natural- e indiscutiblemente, Aike Lavar es también Hay que Lavar.
Naturalmente, a chistoso, chistoso y medio, según nos contó la encargada del lavadero; cuando contesta el teléfono con la identificación Aike Lavar, algunas personas le contestan "lave, pues" o "lo que quiero".
• Tratar de encontrar a alguien que pudiera explicar por qué una de las dos baterías derrama tanto electrólito. Hasta ahora, nadie pudo dar una explicación plausible. Aquí, tampoco. Ahora, ya no derrama tanto porque - no sabemos si lo dijimos en su oportunidad - sacamos mucho electrólito. Aun así, funciona bien.
De todos modos, era imperativo limpiar todo aquello - y que era mucho - que había sido bañado por el ácido derramado. Si bien es un trabajo sencillo con agua caliente y bicarbonato de sodio, nos pareció más cómodo dejarlo hacer en un taller, por la mayor disponibilidad de agua caliente. Pero, eventualmente, y demasiado tarde, encontramos que el mecánico tenía menos capabilidad de calentar agua que nosotros, y que el infeliz era tan inteligente que, después de limpiar ciertas partes, quiso limpiar otras, superiores a las primeras, por lo tanto ensuciando otra vez las primeras, inferiores. Karel tuvo que enojarse.