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Hoy, hubiésemos cruzado la frontera de Argentina fueguina a Chile fueguino demasiado tarde para cualquier uso práctico, de manera que estamos estacionados a unos 60 kilómetros de allí, en un lugar muy llamativo: un trecho de esta ruta, por otra parte ruta de ripio, asfaltado, sobre quizás tres kilómetros, pero sobre un ancho de cinco o seis carriles; ¿y eso? La única explicación que se nos ocurrió es que debe de ser una pista de aterrizaje de emergencia - aunque, ¿para qué podría ser en el medio de la nada? La ventaja para nosotros es que no estaremos envueltos en una polvareda con cada vehículo que pase.

El viaje hasta aquí fue sin novedades, salvo una.

A nuestro paso por el pueblo de Río Grande, tuvimos la divertida sorpresa de descubrir el verdadero uso de tres larguísimas filas de tambores que no nos podíamos explicar a la ida. Esta vez, viendo las hileras de tambores desde el otro ángulo, vimos que son tambores parcialmente abiertos hacia un costado, que sirven de protectores para pequeñas plantas de árboles contra el flagelo de los vientos. Nos pareció tan ilustrativo el caso - tanto del impacto permanente de los vientos como del empeño y de la ingeniosidad de la gente - que nos detuvimos para tomar una fotografía. Mientras el fotógrafo estaba buscando el ángulo, salió el cuidador de una fábrica, del otro lado de la ruta, diciéndonos que era prohibido sacar fotografías. ¿Cómo va a ser prohibido tomar fotografías de unos tambores viejos protegiendo plantitas frescas? Lo mandamos a pasear, diciéndole que si no le gustaba que llamara a la policía. El repuso que así lo iba a hacer. Mientras tanto, tomamos nuestras fotografías y nos fuimos. Por ahora, de policía a nuestras espaldas, ni la sombra. Veremos si mañana, en la frontera, nos agarran. Pero es increíble; cada loco, en este mundo.


Los arbolitos (invisibles) en sus tambores

De todos modos, y por la duda, porque con locos nunca se sabe, por si nos exigieren la entrega de la película incriminada, sacamos una película virgen y ya de fecha vencida, para entregarla en vez de la película criminal.

Recién sintonizamos Radio Nacional de Río Grande.

No pudimos creer nuestros oídos: anunciaban un programa de dos o tres docenas de arias, de Bach, Bizet, Gounod, Mozart, Puccini, y otros; una increíble enciclopedia de arias. Pero cuando empezó la música, pudimos creer nuestros oídos todavía menos: todas las susodichas arias, a la salsa de las más viles aberraciones de los ruidos electrónicos. Y pensar que la gente asociará Bach, Bizet, Gounod, Mozart, Puccini y otros, con esta profanación a manos de la decadencia de ciertos anglófonos.