Esta mañana, el pintoresquismo del paisaje se va afirmando; incluso, por lo que vemos, la carretera nos va a llevar por encima de, o por entre, las altas montañas vislumbradas ayer desde lejos. Quizás no serán altas, o mejor dicho, seguramente no son altas, en miles de metros, pero tienen la altivez de montañas de buena familia.
Sí, llegamos a camino de cornisa. Quién hubiera pensado - ah, pero, momentito...
Bueno, hubo una interrupción, inevitable, impostergable, y bienvenida en grado máximo: vimos un cóndor en lo altísimo, y quién se va a perder semejante espectáculo; y el primer cóndor, por fin, y a último momento, después de toda la Cordillera.
Qué majestad. Como si fuera sostenido por flotabilidad allá arriba, sobre el aire, o mágicamente suspendido de la nada en el cielo. Eternamente inmóvil como una escultura deslizándose en arabescas por los aires. Pudimos ver clarísimo, con los prismáticos, su típico collar de plumón blanco, como una bufanda llevada más por elegancia que por abrigo; y cada una de las larguísimas plumas de la punta de sus alas, con la última extremidad de cada pluma elegantemente arqueada hacia arriba como un meñique de distinción a la hora del té. Hay que imaginarse esa envergadura de hasta tres metros, frente a frente con los brazos aun super-extendidos de un humano. ¿Dónde tendrá su aurero - cerca - lejos? Su huasi, este cundur; acordándonos de nuestro quechua.
Lástima que tuvimos que esperar hasta estos muy últimos kilómetros australes de Sud América para ver un cóndor; lástima que - mientras, hace treinta años atrás, nosotros mismos vimos cóndores como parte integral de la cordillera mendocina, encontrándonos inclusive, una vez, frente a frente, al doblar un peñón, con dos de estos bichos en el suelo - ¡qué susto! - ahora tuvimos que esperar tanto. ¡Qué símbolo de desmoronamiento ecológico!
Volviendo al tema - ah, sí, nunca hubiésemos pensado que nos encontraríamos otra vez en medio de los típicos ingredientes de un hermoso paisaje: montañas, bosques, lagos, grandes vistas; y menos lo esperábamos en Tierra de los Fuegos; y pensar que el camino apenas si alcanzó, en su punto más alto, la fenomenal altitud de 350 metros.
¿Habrá castores por aquí? Estamos ojeando una lagunita embalsada por un dique de tierra y troncos amontonados en desorden; y, en el medio de la laguna, un montículo de troncos, que, en Canadá, estaríamos seguros de que serían la obra y el castillo de castores. Pero ¿aquí?
A 21 kilómetros de Ushuaia, el paisaje hace pensar en las montañas Rocosas de Canadá.
Ya en la última bajada hacia el canal de Beagle, mientras estábamos mirando >>>>>>>>