» De todos modos, 16 más de los del Estrecho ya habían muerto.
■ Quedaba 1.
» Finalmente, en diciembre de 1589, recobró Sarmiento su libertad.
» Casi al mismo tiempo, el primero de enero de 1590, un barco que pasaba por > el Estrecho descubría, y tomaba a bordo, el sobreviviente, el último; de sus >>16 compañeros, el último había muerto más de dos años antes.
» Al poco tiempo, al barco lo azotó tormenta tras tormenta.
» Así murió el último.
■ No quedó ninguno.
» 23 buques y 3.500 personas ......
En esta epopeya, dos cosas nos parecían extrañas.
Una cosa.
Por qué el gobernador, español, del Estrecho no recurrió a la ciudad, española, de Buenos Aires, sino a la ciudad portuguesa de Rio de Janeiro, y substancialmente más lejos.
Cuando se nos ocurrió comparar fechas - 1584 y años siguientes, de los susodescritos acontecimientos, 1580, de la fundación de Buenos Aires, y 1565, de la fundación de Rio de Janeiro - se nos hizo obvio que el caserío de Buenos Aires, con cuatro años de lucha para sobrevivir, no podía ofrecer recursos como podía ofrecerlos el pueblo de Rio de Janeiro, con diecinueve años de existencia, una gran diferencia en porcentaje de años. Y nos pareció que así se podría buscar la explicación de esta extrañeza. Quizás.
Otra cosa.
Por qué los Portugueses hubiesen ayudado a los Españoles, considerando la tradición de recelo, cuando no de confrontación, entre los dos países, especialmente en lo colonial.
Esta extrañeza nos queda una extrañeza. A no ser que, mientras los poderosos incitan a sus súbditos a pelear entre sí, a veces los súbditos encuentran sus lazos humanos en común.
Vamos a pasar la noche aquí mismo. Acabamos de cenar; casi un pecado, en este sitio de padecimientos por hambre y frío, especialmente en el confortable interior de nuestro coche, con exquisitas centollas, suculentos damascos y una riquísima lechuga.
¿~> Desde este mismo sitio, mirando por el Estrecho más lejos hacia el sur, se divisa una variedad de tierras; vista que nos hace tomar una consciencia más vívida de la conislación chilena y que, por asociación de ideas, exhuma de nuestra memoria otra existencia estrellada que encontró en la conislación fueguina su última miseria.
En este caso, no se trata de un invasor de tierras, sino de un invasor de almas, Allen Gardiner.