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Esta mañana, antes de emprender viaje hacia el sur - o sea, en lo inmediato, hacia la ciudad de Punta Arenas y cualquier cosa de interés que podamos encontrar en camino - nos tocó otra vez el desagrado de que, otra vez, le faltaba un poquito de aire a la cubierta. Hasta ahora, no pudimos hacerla revisar porque hasta ahora no encontramos una gomería que tuviera la máquina de uña hidráulica para desmontar cubiertas sin cámaras. Y de desmontar una cubierta sin cámara a martillazos y con palancas, no queremos saber nada.
Como nuestro inflador portátil por ahora no funciona, no tuvimos otro remedio que regresar diez kilómetros a Puerto Natales para reponer el aire a la presión correcta.
En Puerto Natales, dimos por casualidad con un taller con la uña hidráulica. Pues, perfecto. A ver qué tiene este dichoso neumático.
Ah, pero no se pudo hacer nada por dos simples razones, mejor dicho, por una razón vergonzosa para el gomero, y una razón vergonzosa para nosotros; la razón de que el gato de la gomería no logró levantar el peso de nuestro coche, ni siquiera la sola rueda; la razón de que nuestra inteligencia no fue capaz, en el momento, de conjurar la simple idea de utilizar nuestro propio gato, que ciertamente el peso lo levanta. Qué interesante, tan elemental falla de los sesos. La pregunta es ¿por qué? Tiene que haber habido alguna razón.
Entonces, ya con la presión correcta en el neumático, y un poco más por la duda, mientras Božka hacía una última compra de comida, Karel, como siempre guiado por un Espíritu Guardián, o Espíritus Guardianes, descubrió que la abrazadera que sujeta la rueda de auxilio al paragolpe delantero estaba a punto de romperse.
Pues, nada de Punta Arenas y puntos intermedios. A buscar un herrero para hacer una nueva pieza.
También, se nos dio por ir a observar otra vez los cisnes.
Hoy, sorprendimos algunos de ellos durmiendo apaciblemente. Bueno, aquello de apaciblemente es pura suposición romántica nuestra, porque es difícil entender cómo podían dormir en el violento subir y bajar del olaje. De todos modos, del punto de vista visual, eran otra variante de blanco y negro: en este caso, cada cisne, durmiendo con su longicuello doblado por encima de su dorso y con su pico debajo del ala, se parecía a un paquete de regalo, blanco, con un lindo moño negro. Con toda seguridad, Chaikovski tales cisnes no conocía.