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Sábado.

Apenas empezó el día, y ya no más apacibilidad en la espera. Otra vez, espera con duda y preocupaciones.

El dueño del taller nos pidió que le encontráramos en el manual de mecánica, escrito en inglés, la torsión de un bulón. Leyendo las páginas, descubrimos con consternación que, contrariamente a lo que creíamos, haber conseguido y traído los repuestos no era sinónimo de haber ganado la batalla. Descubrimos que el armado y el ajuste del diferencial y del piñón son sumamente delicados, con tolerancias en los centésimos de milímetro en la colocación y relación respectivas de los engranajes, con aparatos que nuestro mecánico no tiene, por lo menos no para nuestro tipo de vehículo. Tendrá que darse maña e inventar sistemas criollos.

Y aunque logre hacer funcionar la cosa, no será el punto final de preocupaciones y dudas ya que, según leímos en el manual, el diferencial podría funcionar silenciosamente y aparentemente bien, y sin embargo ir desgastándose mucho más rápido que el desgaste normal.

Así que, ahora, tenemos por delante varios días de suspenso si don Julio logrará armar el diferencial de manera que funcione; y, cuando funcione, siempre estaremos bajo la sombra de la duda de cómo funciona, y si no nos dejará varado a 50 kilómetros del pueblo más cercano, y a 500 ó 1.000 kilómetros del primer taller adecuado.

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Lunes.

Fuimos a pagar el derecho aduanero. Resultó bastante menor de lo anticipado, por ciertas maniobras contables. También, recibimos un comprobante en debida forma por el importe pagado.

Además, se nos aclaró la aparente contradicción entre la prohibición de importar y la existencia de aforos aduaneros. La prohibición no es absoluta; se prohibe la importación de repuestos como equipaje, pero se contempla su importación por medio de despachante de aduana bajo ciertas restricciones. El favor que se nos hizo fue dejarnos importarlos como equipaje.

Don Julio está trabajando personalmente en el diferencial.