Y pensando en el futuro un poco más mediato - o sea hasta que hayamos salido definitivamente de la Argentina, quizás al Uruguay o al Paraguay - no dejaremos de tener presente en el fondo de nuestra mente, que la facilidad con la cual entramos y salimos del país, y que el tiempo acumulado que nos quedaremos en él, si bien perfectamente de acuerdo con los trámites prácticos en la frontera, no son de acuerdo con la teoría estricta de la ley interpretada por la Dirección Nacional de Aduanas en su carta a nosotros.
Quizás de buen agüero es, que, justamente durante el tiempo que duraron estas anotaciones, se fue operando un paulatino cambio en el tiempo; que, casi increíblemente, después de una semana de martilleo de lluvia día y noche sobre nuestro vehículo, en este momento dejó de llover, si bien sigue el viento. Van apareciendo manchas azules entre las nubes. Quizás nuestra espera por la tos y la muela haya sido también una espera, sin saberlo nosotros, de un cambio de tiempo. Ojalá. Queremos creer que, pasado mañana, echaremos a andar. En verdad, no sería demasiado temprano.
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Hoy, 12 de noviembre, cuando amanecimos, el día se presentaba lindísimo: fresco y soleado, con sólo una leve brisa, de la cual nos dábamos cuenta visualmente por el suave movimiento en las cúpulas de los árboles pero que nosotros no sentíamos, rodeados y protegidos por el sotobosque donde habíamos dormido.
Con buen ánimo y optimismo, nos preparamos para echar a andar, por fin, hacia el sur, y no sabíamos que, unas horas más tarde, o sea ahora, a eso de las 12 del mediodía, estaríamos enfrentando, como enfrentaremos en las próximas tres horas, una incógnita fundamental en cuanto al futuro inmediato, mediato y lejano, de nuestro vehículo, y por lo tanto de la Expedición.
Habíamos alcanzado, desde los bosques de Llao Llao, el exacto centro de Bariloche, camino ya hacia el sur, cuando, sin previo aviso, empezó, en alguna parte del bajo del vehículo, un ruido, sólo intermitente por cierto, pero sin duda bastante siniestro cuando ocurría, y muy diferente de cualquier ruido del cual ya hubiésemos tenido experiencia anterior.
¿Qué? ¿Un eje roto? ¿Una manga de eje abriéndose? ¿El chasis rompiéndose? ¿Un engranaje reventado? Uno en seguida piensa en lo peor - especialmente con el fantasma de la imposibilidad de conseguir la manera de solucionar el problema en esta parte periferal de la Argentina. Y quizás sea mejor pensar siempre en lo peor, así la realidad nunca puede resultar peor de lo peor pensado.
Sin duda, no era el motor. No parecía ser la transmisión, ni tampoco parecían ser los frenos. Parecía haber una relación con las irregularidades de la >>>>>>>>