Estas ostras son hermafroditas, pero no se pueden fecundar a sí mismas. Lo que sí les ocurre es que el mismo individuo, en un ciclo de reproducción sirve como macho, y en el ciclo siguiente sirve como hembra, y así sucesivamente, alternando.
Como en el caso de los choros de ayer, los huevos de ostras se fertilizan al puro azar de las aguas; y de cada huevo sale una larva de unos 450 micrones, ni siquiera medio milímetro.
Luego, ocurre lo siguiente.
Ø Durante unos tres meses, la larva se queda amparada dentro de la hembra - o mejor dicho del individuo sirviendo de hembra.
Ø Después de lo cual, la larva está largada a la aventura del agua.
Ø El primer paso de la ostricultura es agarrar las larvas. Para ello, se coloca en las aguas de un banco de ostras al natural unos soportes, como eran las redes en el caso de ayer, pero que son, en este caso, unos collares de conchas viejas, porque parece que la forma concava o convexa es la que mejor sirve para el agarre de las ostras.
Ø Las larvas se fijan en el substrato, y, en no más de 24 horas, se metamorfosean en una ostra, ostra minúscula pero completa.
Ø A los diez meses, se mudan los enhebrados de conchas viejas con su preciosa carga de ostritas creciditas a, acaso, un centímetro.
Ø Se espera otros seis meses, hasta que las ostritas hayan alcanzado unos tres centímetros.
Ø Luego, se desgranan estas ostras en crecimiento, rompiendo para ello las conchas viejas que les servían de soporte, y se las coloca cuidadosamente, por medio de buzos, al fondo del mar, a una profundidad que oscila entre cuatro metros en marea baja y diez metros en marea alta.
Ø Luego, viene una larga espera de tres años, hasta que las ostras hayan crecido según su máximo potencial, o sea en tres grupos: de 3 a 5 centímetros, de 6 a 7 centímetros, y más grandes que 7 centímetros.
Un total de cinco años, de larva a mesa. Mucho trabajo y mucha espera para una comida inesencial y sumamente perecedera.
Claro que sumamente perecedera en nuestra época de largos transportes impuestos a los comestibles; pero no en las manos del Hombre de los Conchales, del mar a la boca. Claro, inesencial en aquellas de nuestras sociedades que se pueden dar el lujo de comprarla; pero crucial en las manos del Hombre de los Conchales, miles de años atrás, por su rico contenido de proteínas, fósforo, yodo, calcio, hierro, vitaminas A,B,C - aunque él no haya tenido noción de la existencia de semejantes cosas.