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Durante nuestra primera hora en la isla, vimos solamente el muelle - incluso, surgió el muy real temor de que no podríamos llevar a cabo nuestra visita de la isla y que tendríamos que retornar a Puerto Montt, a media vuelta, y contando cada kilómetro.

Resulta que, al debarcar, paramos para limpiar el parabrisas. Al arrancar nuevamente, según nuestra bien establecida costumbre, Božka se fijó si quedaba algo olvidado o caído o alguna mancha de algo en el lugar donde habíamos estacionado. Y sí, había una gran mancha de aceite. Karel se metió debajo del vehículo, y sí, todo el bajo, desde el motor para atrás estaba empapado y chorreando aceite. Fueron momentos de suspenso y preocupación, quizás era algo que nos impediría visitar la isla, quizás, peor aún, era una pérdida tan seria que ni siquiera podríamos volver por medios propios a Puerto Montt.

Primero, Karel tuvo que limpiarlo todo y dejarlo libre de aceite. Luego, arrancamos el motor y vimos que la pérdida se producía por la junta del filtro de aceite. Por lo menos, el problema estaba circunscrito a este punto, solucionable sin cirugía mayor, e incluso fácilmente explicable porque, en Puerto Montt, justamente, habíamos hecho cambiar el aceite y el filtro. Probablemente habrían colocado el filtro demasiado flojo, si bien, antes de dejar la estación de servicio, Karel se había fijado, y no había pérdida en aquel momento.

Karel sacó el filtro con el aceite caliente chorreando por todos los lados. Resultó que la junta de goma tenía un corte. Como no teníamos filtro de repuesto - éste era justamente él de repuesto que habíamos colocado - no hubo otro remedio que tener la esperanza de que, al colocarlo un poco más apretado, dejaría de perder; pero siguió la pérdida. Contra todos los cánones de la mecánica, no hubo otro remedio que apretar el filtro más, usando una llave para el propósito.  Felizmente, la pérdida se redujo a una insignificante gotita.

Desde los primeros momentos, se nos había acercado un vecino que resultó ser un mecánico recién instalado en la isla, procedente de Santiago. Nos comentó que teníamos suerte de que no llovía, porque aquí llueve los 365 días del año, nos dijo.

Después del susto, decidimos que podríamos seguir viaje; y así, parando para verificar el filtro cada tantos kilómetros, llegamos a la pequeña ciudad de Ancud.

En Ancud, nada.

Inclusive el pequeño museo estrictamente parroquial que lograron armar, subraya la falta de elementos de interés - porque está reducido a exhibir unas esculturas que tuvieron que ser realizadas por artistas modernos, para dar una representación a los personajes de la mitología local, según la interpretación por los artistas modernos de la descripción verbal de los personajes, heredada de los tiempos idos.