así; vimos la cárcel zoológica de San Diego de Alta California, también dispuesta según la topografía del lugar - y además, de un ambiente vastamente más expresivo e inspirador.
Sí, hay una muestra bastante numerosa de animales, pero la exposición del zoológico en la colina es pésima tanto para los animales como para los visitantes.
El zoológico se encuentra sobre una ladera dirigida hacia el sur, de manera que, a la vez, los visitantes, mirando hacia el norte, siempre tienen, que más que menos, el sol en los ojos; y los animales, especialmente los baritropicales, sufren de frío. Y las autoridades de la cárcel, por lo que hablamos con ellas, lo saben.
Y los visitantes tienen otra dificultad en ver los animales - a más del sol en los ojos y de los animales en la sombra - por las rejas tupidas en exceso; y fue lastimoso ver el solitario lobo marino tratando de sumergirse, aunque sea a medias, en la poca agua de su pileta, después de haber visto los lobos marinos señores de su roca rodeada por la espuma del olaje, cerca de Viña del Mar.
A principios de este siglo, Argentina, por lo menos en Chile, se escribía Arjentina. Así lo vimos en un ejemplar de un diario de aquella época.
Disturbios callejeros son, como ya dicho, parte instantánea de la vida cotidiana, habitualmente a cargo de estudiantes o de gente que dice ser estudiantes. Pero, de vez en cuando, las cosas se hacen de manera más formal, y hay días de disturbios generalizados, anunciados y planeados de antemano. Días así, ya también tuvimos. Pero en el barrio distinguido que nos sirve de cuartel general, nunca se sabe nada, como si fuera otro mundo.
Hablando de convicciones políticas, por lo menos algunos Chilenos tienen una manera muy inhabitual, por su mesura y apacibilidad, de expresarlas. Una reza: Que viva Fulano, pero que no gobierne. Otra reza: Lo único malo con este gobierno, no hay trabajo. Elegancia tanto más admirable que 1) ocurre en un ambiente mundial reducido a invectivas, por falta de mordaz ingeniosidad, y 2) se manifiesta por garabatos en baños públicos, cubículos habitualmente maculados por subcultura.
Una buena idea que, nos preguntamos por qué, no se generalizó: en el Santiago de antaño, se cobraba el servicio público de agua en función del valor de cada propiedad servida. Un criterio no sin méritos.
Las radiodifusoras de las universidades, no por ser de las universidades, son libres de anuncios publicitarios. Ilustran una curiosa alianza de lo académico y de lo mercantil. Ahora que los anuncios no son del tipo vacío cirquence habitual, que se podría creer que es el único posible. Nada de grandilocuencia con entusiasmo artificial sabiamente dosificado. Sólo el enunciado de lo ofrecido, a tono con el público oyente de tales radiodifusoras.