\ST/ Parecería apropiado aprovechar esta última oportunidad, antes de vernos >>>>>envueltos en todo lo previsto e imprevisto que nos espera, para poner al día las varias observaciones que ya se acumularon en lo que va de nuestra estadía santiaguina.
¿Santiaguino? Sí, "santiaguino", porque estamos en Santiago de Chile. En Santiago de Cuba, sería "santiaguero". En Santiago de Compostela de España, sería "santiagués". En Santiago de Ecuador, en Santiago de Panamá, en Santiago del Estero de Argentina, sería "santiagueño". Interesante, la diversificación de especies, botánicas, zoológicas, lingüísticas, en diferentes localidades. Pero si se entiende en lo zoológico, lo botánico, uno se pregunta por qué y cómo en lo lingüístico.
Se nos hizo pronto evidente que el pavimento de las calles es muy inconfortable, hecho que está de placas de cemento separadas por fisuras apreciables - a veces abiertas sin sellar, produciendo un enojoso bing, bing, bing, a veces selladas con un burlete excesivo, produciendo un enojoso bum, bum, bum; de manera que, por las varias combinaciones posibles de lo susodicho, cada movilización por la ciudad está acompañada inescapablemente de un irritante bam, ben, bing, bum, bum, en todas sus variaciones. El mismo fastidio, con más variedad, que en las carreteras del centro de Chile. Las buenas carreteras del norte del país, parece que, por aquí, no existen.
Por otra parte, nos movilizamos por la ciudad con un mínimo de sufrimiento direccional gracias a la feliz combinación, de los dos mapas que nos fueron obsequiados en el consulado chileno en Mendoza y de la muy clara identificación de 99,9/oo de las calles.
Pero, aun en condiciones casi ideales como éstas, es cansador moverse por una ciudad desconocida, ésta o cualquier otra. Por ejemplo, en este caso mismo, de qué sirven los planos y la nomenclatura callejera si, aun con ellos, es imposible preparar un itinerario y cumplirlo, porque no se sabe, hasta el último segundo de llegar a una bocacalle, en qué dirección va el tráfico en las varias calles, y en qué cruces se puede o no virar en una dirección o la otra, de manera que cualquier movimiento por la ciudad es un puro juego de azar con muchos contratiempos e irritaciones hasta que uno, por fin, empieza a conocer de la ciudad lo que no está - aunque tendría que estar - indicado en el plano; pero para cuando uno ya empieza a sentirse en casa, es tiempo ya de seguir viaje y empezar el mismo purgatorio en la ciudad siguiente.
Cuando nos rememoramos las muchas ciudades sin plano en la mano y sin nombres de calles en las esquinas, preferimos recordarlo como un juego para no amargarnos en retrospecto.
Volviendo a los dos planos de Santiago que tenemos, denotan éstos un concepto muy curioso de escalas topométricas: ambos ostentan con la claridad de negro sobre blanco una escala de 1/25.000, pero ya a simple vista es obvio que una misma distancia geográfica no está representada por una misma distancia en los >>>>>>>> >>>>>>>>