práctica de tratar de hacer lo que queremos hacer, lo cual debe ser un día hábil. Así que tenemos tres días por delante para cubrir esta distancia y llegar a San Juan el lunes.
Vamos a tener que estirar el tiempo y ocuparnos con otras cosas, de las que, no muy sorprendentemente, nos sobran.
Nuestra apetecida pero, hasta obtener más datos, aleatoria, meta en San Juan es encontrarnos frente a frente con un inca - más probable- y apropiadamente un Tahuantinsuyense, súbdito de los incas - de carne, hueso y sangre, pero, naturalmente, congelado, de los varios encontrados en varios picos de los Andes como ya referido. Vamos a ver si logramos esta visita, o por lo menos aprendemos detalles sobre el caso.
Desde las afueras del pueblo de Patquía, a 96 kilómetros al sur de La Rioja, vimos repentinamente, lejísimo a nuestra derecha, grandes masas alargadas blancas por encima de la línea de la lejana Cordillera. ¿Quizás nubes? Mirando, mirando, con prismáticos, vemos que son corderías internas de la Cordillera, más altas y más alejadas que la primera cadena montañosa, totalmente nevadas.
Sin embargo, alrededor de nosotros, por ahora, es todo lo contrario: llano, seco, soleado, caliente.
Y aquí, a pocos kilómetros después de Patquía, en la total soledad y el total silencio del mezquital, vamos a pasar la noche.
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Fue una noche maravillosamente silenciosa. Ni un ruido, ni un murmullo, ni un susurro - parecía que las estrellas mismas se callaban. Y, este pre-amanecer, qué contrapunto polifónico de tantos timbres y tantos motivos diferentes de la gente aviar, confirmando, o reclamando, cada cual los límites de sus territorios respectivos.
Nos gustaría quedarnos en este encanto todo el día hasta mañana. Pero no. Vamos a seguir viaje sin mucho apuro hacia San Juan.
En camino, estaremos literalmente a un paso de un valle Ischigualasto, del cual sabemos que es el lecho desecado de un cuerpo de agua, hoy desaparecido, de unos 60 kilómetros de largo por 12 kilómetros de ancho, y de interés paleontológico, ya que los sedimentos, de unos 200 millones de años, que es el comienzo de los dinosaurios, contienen fósiles casi a flor de tierra. Lamentablemente, a alguien se le ocurrió apodar dicho valle, Valle de la Luna, y nosotros, por experiencias anteriores repetidas, ya le tenemos alergia a los Valles de la Luna. Así que, muy probablemente, seguiremos de largo.