Algún resto
El calco
Cuando regresamos a la vivienda de nuestro guía, milagro de milagros, el coche nuestro no estaba rayado, no estaba dañado; no le faltaba nada. Todo estaba exactamente como dejado.
Por otra parte, hoy es también el 9 de julio, día de la Independencia argentina.
Y ahora, a dormir por tercera vez en nuestro dormitorio siempre tan silencioso y tan solitario, al pie de la cuesta, a diez kilómetros de Guachipas.
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Estamos de vuelta en Cafayate. En camino, disfrutamos nuevamente de las bellezas del paisaje. Realmente, como con las hojas otoñales de Nueva Inglaterra, uno nunca se cansa de mirar, mirar, y admirar las combinaciones, de colores y formas geológicas.
Fuimos a comunicar al gentil dueño del museo del vital calco nuestras observaciones.
Nos quedó tiempo para echar un vistazo a la iglesia, que tiene cinco naves, dos más que las tres corrientes - pero no pasa ello de ser una estadística sin interés; y hasta nos sobró tiempo para darnos cuenta de que Cafayate es un pueblo turístico, con toda la maquinaria para venderles a los turistas lo que éstos nunca comprarían en su propio pueblo. Muy curiosa, la psicología de los turistas, y ello incluye la asqueante compulsión de dejar siempre tras suyo algún garabato, aun en los lugares más venerables, peor que un animal que deja su estiércol tras suyo.
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Esta mañana, la salida de Cafayate fue, otra vez, por entre regulares extensiones de viñedos, yendo - como si fuera un museo cronológico de la expansión de una comarca - desde parras más voluminosas y nutridas, muy cerca del pueblo, a cada vez más jóvenes y delgaditas, conforme nos alejábamos del pueblo; hasta llegar a campos con solamente las estacas y los alambrados preparados, pero sin vid todavía; para terminar, finalmente, en una periferia de desmontes del mezquital de la zona, donde recién en temporadas venideras se pondrán estacas, alambrados, se plantará la vid y se la cuidará con todo esmero hasta que crezca y dé sus frutos.