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Hoy, nos arriesgamos a buscar un alfiler en una parva.

Aunando cabos, encontramos, a once kilómetros de campo abierto más allá de la cueva de Casa de Arcos, el río, más bien arroyo, Carahuasi, un paraje Carahuasi, y, más importante que todo, un baqueano a quien mostramos, como habíamos mostrado ya a tanta gente, el calco de los dibujos, y quien, para nuestra cautelosa esperanza, nos dijo conocer la cueva con estos exactos dibujos, y quien, para nuestro creciente optimismo, se ofreció a guiarnos.

Dejamos el coche cerca de su puesto y fuimos tras él, caminando, subiendo, bajando, bajando, subiendo, por senditas que nadie sin un lugareño podría desenredar, enganchándonos en espinosos arbustos, vadeando ocho veces, o quizás más, el arroyo Carahuasi, tropezando más tarde de roca en roca. Durante una hora nos esforzamos así, diligentemente, mientras nuestro guía, adelante, disfrutaba los placeres de un paseo a caballo, sin sufrir espinas ni vados, si bien sufriendo subidas, bajadas y rocas - y, nosotros, sin saber si realmente íbamos a ver lo que queríamos ver.

Pues sí, lo vimos; o, por lo menos, muy lamentablemente, lo poco que los siglos todavía no tuvieron el tiempo de destruir.

Idos, todos los personajes que, en dos hileras y un grupo, eran parte del cuadro original. Idos, tres de los cinco llamativos escudos, seguramente ceremoniales por sus decoraciones. Todo ello se fue por descascaramiento de la capita superficial de la bóveda de la cueva. Los dos escudos que quedan se los distingue apenas. Sólo quedan bien visibles, en amarillo sobre fondo negro, un estandarte y un tumi.

Estas pinturas se ven pintadas por encima de otras pinturas anteriores representando llamas. Hacia un costado del grupo principal de pinturas, hay una plétora de llamitas dibujadas en un estilo ya más sencillo. Incidentalmente, el fondo negro de todas las pinturas parece ser la negrura de un fuego hecho en la cueva anteriormente a cualquiera de las pinturas.

Es realmente de lamentar la desintegración en totalmente nada de algo que, más que pintura rupestre, es, más bien era, un vestigio histórico. ¿Para qué sirven los arqueólogos si no salvan tales reliquias? ¿O será cierto que no tienen los medios? Por dónde anduvimos hasta ahora en la Argentina, lo poco que anduvimos, siempre escuchamos quejas de la imposibilidad de hacer trabajos por falta total de medios.  Una gran pena, en verdad.