haciéndonos acordar de ciertas partes de Colombia, manchitas de nieve, aun donde estamos ahora, a 2.800 metros, y más alto.
Tenemos a la vista una larga subida, la Cuesta del Obispo.
El camino - con muchas curvas cerradas, de tierra naturalmente, a veces no muy ancho ni muy bueno, pequeños vados.
En resumen, un paisaje muy pintoresco e interesante, un compendio de muchas de las cosas que vimos tantas veces, para el viajero que quiere poco esfuerzo y grandes efectos.
3.200 metros de altitud y subiendo. Las vistas son realmente hermosas. También nos hacen pensar en el camino a Chavín.
3.400 metros, y la cumbre de la subida. Un cartel reza 3.629 metros, lo que es imposible.
Ahora estamos cruzando lo que, en Bolivia, se llamaría una altipeneplanicie, y no hay razón para no llamarlo así, aquí.
Pero, apenas a los pocos kilómetros de un camino, siempre de tierra, que permitía 70 u 80 kilómetros por hora, ya estamos en la bajada que obligadamente tenía que venir para llegar a los valles calchaquíes. Parece que va a ser una bajada muy paulatina y de larga extensión.
En vez de ir a los pueblos de Payogasta y Cachi, como lo manda el circuito tradicional, tomamos una cortada abierta recientemente que lleva directamente al pueblo de Seclantas. En esta bajada, el paisaje tiene todos los ingredientes anteriores, pero en combinaciones totalmente diferentes, ofreciendo a nuestros ojos bellezas consecuentemente totalmente diferentes y, sin embargo, igualmente cautivantes.
Terminó la cortada. El camino habitual aquí sigue el valle del río Calchaquí. Y se terminó indudablemente cualquier belleza panorámica. Quizás reaparecerá algo de interés más adelante.
Ahora, hacia nuestra próxima meta, el pueblo de Cafayate.
Salvo la franja fluvial, la zona es muy árida; en la práctica, un desierto, si bien, después de haber visto el desierto del Pacífico, no podemos llamar esto un desierto incondicional.
Rocas de colores, al norte de Cafayate
Acercándonos ya a Cafayate, tenemos que rendirnos a la evidencia de que los famosos valles calchaquíes, como tantas cosas famosas en los anales turísticos, no tienen nada, absolutamente nada, a no ser el camino muy cansador por sinuoso, estrecho y desigual. Hubiese sido mucho más eficiente dar media vuelta al final de la cortada, antes de llegar a Seclantas, y volver por las bellezas - viéndolas en sentido contrario, y ciertamente con aspectos totalmente diferentes - para regresar por allí al asfalto, y evitarse este purgatorio sin causa.