cráneos, centenares de momias, huesos de mastodontes, impresiones de dinosaurios, y objetos varios, como de estilo africano, coreano, greco-romano - tal vez, algo parecido a lo del padre Crespi, en Cuenca.
Nos encontramos con un museo oficial patrocinado por una universidad, muy bien organizado, estereotipado, y con poquísimo para encender la chispa del interés - en realidad, tan sólo su sección de implementos para el uso de alucinógenos; todos esos implementos, labrados, en madera y en hueso, de manera sorprendentemente refinada.
Lo que más nos interesó, fuera del aspecto estético de los susodichos implementos para alucinógenos, fueron dos cosas:
. una momia estirada a todo lo largo del cuerpo en vez de replegada en tres; explicación: la momia de un entierro pos-invasión, o sea a la usanza europea con el finado acostado a todo su largo.
.. enterarnos de que los paraborígenes de lo que, hoy, se llama San Pedro de Atacama fueron en contacto con la cultura de Tiahuanaco, allá lejos en Bolivia, y, así, un nexo entre esta cultura y los paraborígenes del noroeste de Argentina.
Lamentablemente, estas chispitas locales, con su interés como tales, están ahogadas por los tres quintos del espacio y del material del museo dedicados a ilustrar la evolución de un grupo humano desde lo prepaleolítico a lo paleolítico, lo que es dar demasiada importancia en este museo - que tendría que especializarse en su zona - a una evolución común a todos los grupos humanos originales en todos los rincones del planeta.
Por lo demás, la amplitud y la originalidad de diseño del edificio mismo, que podrían parecer una virtud, bien podrían ser un defecto también, porque, así, parece ser no un edificio hecho para albergar una colección, sino un edificio que luego hubo que utilizar y rellenar de alguna manera.
Cómo nos gustaría ver el museo particular original del padre Le Paige, probablemente menos preocupado por formalismo y más jugoso.
En resumen, el museo de María Elena, a pesar de su presentación casera, tiene todo lo que este museo no tiene a pesar del palacio que lo alberga; incluso, en éste, la reproducción de una excavación de una tumba no es un reflejo auténtico de lo que realmente acontece. Nosotros estuvimos bastante tiempo en Pechiche para que no se nos engañe.
Naturalmente que, eventualmente, también los incas anduvieron por aquí. Estamos todavía - sí, todavía - en el Tahuantinsuyo. Se conoce uno de sus poblados, justamente de nombre Licancábur, a 4.600 metros de altitud. No es sorprendente, pues, que se haya encontrado un santuario incaico justo en la cumbre del Licancábur, otro de los sitios arqueológicos más altos de la Tierra.