Por ahora, a las 10, el tiempo sigue magnífico, como a pedido. El Sol entibia el aire.
Es cuando se siente en carne propia este cambio palpable en contados minutos, de frío entumecedor a tibieza expansiva, que se puede realmente entender que los incas consideraban al Sol como su dios indispensable; que se lo puede entender como nunca lo puede entender la gente de tierras bajas que nunca sintió, como se siente en las alturas, el dramático cambio del frío mordaz nocturno al nacimiento de la vida diurna.
Tal vez tengamos suerte. Que logremos la subida o no, no nos arrepentiremos de haber venido a Ollagüe. El viaje por sí sólo, y la magnificencia de la vista y del silencio en Ollagüe mismo, bien valen el esfuerzo.
Ollagüe, u Oyahui, u Oyahué según también lo vimos escrito.
Ya está. No más esperas, no más suspenso. Pasó el día con un tiempo inmejorable. Como para olvidarse que existen nubes. Esperamos que el tiempo seguirá igualito esta noche; y mañana temprano, enfrentaremos nuevamente, con estoicismo, caminos y huellas por salares y desiertos, hacia Chuquicamata, hacia Iquique nuevamente, donde debería de ser, más fácil hacer arreglar la desgraciada calefacción, y más cómodo y ventajoso cambiar dinero - también, es el único lugar donde podemos tratar de corregir una estupidez a cargo del distinguido carabinero del puesto de nuestra entrada a Chile, quien nos dio tres meses de estadía para las personas pero sólo un mes para nuestro vehículo, cuando teníamos perfecto derecho a tres meses también para el vehículo.
¡Ah, sí! ¡Y la mina de azufre!
A la mina de azufre en la cumbre del volcán Aucanquilcha no fuimos, pero la Expedición sí fue; porque Karel fue, si bien Božka no fue. Božka no fue, no porque no se animaba a enfrentar los más de 6.000 metros, sino porque, según una costumbre, o superstición, o tabú, inflexible de la cofradía minera, cualquier cosa que lleva pollera - mujer o cura - en una mina, es augurio de calamidad. Pues Karel fue solo, en compañía del administrador, en un coche de doble transmisión, último modelo, casi cero kilómetro.
En camino, Karel vio dos veces aquel "pueblo más alto de la Tierra", nunca más que un villorrio de mineros, ahora abandonado.
Esta mina de azufre, la más alta de la Tierra, es simplemente una ladera de la cima del volcán, toda al aire libre.
El administrador, en la mina
¿Qué pasa en la cima del volcán?
Se afloja el material con dinamita y se carga en camiones. Nada más pasa en la cumbre del volcán. Los camiones tienen la ardua tarea de bajar el mineral, de más de 6.000 metros a un poco menos de 4.000 metros, al campamento de base, para su purificación.