En el acto se nos prendió la chispa de la conveniencia para nosotros de seguir viaje con él en convoy, para cruzar no sólo el vado donde habíamos estado esperando sino también el vado de las arenas movedizas y otros vados que sabíamos que nos esperaban, y para tener un guía en la maraña de sendas naturales que sabíamos también nos esperaban; y por cualquier problema que pudiera surgir.
A poco de echar a andar detrás de él, nos dimos cuenta de a qué punto nuestra decisión de esperar delante del primer vado, ad infinitum si necesario, y nuestra decisión de tomarlo a él como estrella de guía, fueron una inspiración recibida, con seguridad, de arriba.
A los pocos kilómetros, empezaron las huellas enredadas entre las cuales no se podía decir, en cada nudo, cuál llevaría al destino deseado y cuál terminaría en un arenal u otra imposibilidad; lo que no quiere decir que muchas de las huellas correctas no eran pequeños arenales por cuenta propia en los cuales era difícil adelantar.
Se sucedieron vados de todo tipo, en cada uno de los cuales era una bendición ir a lo seguro y simplemente pisar las huellas de nuestra estrella motorizada sin tener que preocuparse si sí o si no, y por dónde y cómo. Nosotros todavía nunca nos quedamos estancados en un vado, pero vimos, una vez, en un vado, dos vehículos hundidos hasta los ejes, y ello nos fue suficiente para adquirir un sano respeto de las incógnitas de los vados.
A los veinte kilómetros después del primer vado, ya se habían empezado a perfilar en el lejano horizonte los picos, algunos nevados, de la cordería haciendo, de reborde de este altiplano, y de frontera entre Bolivia y Chile; pero ¿quién se podía ocupar de las cimas allá arriba y lejos, con la epopeya de nubes de polvo en ebullición aquí abajo?
Uno de los vados fue, como era inevitable, por el río de las arenas movedizas, el río Barras. Este vado hubiese sido super-imposible sin nuestro baqueano. En vez de tratar de cruzar el río donde lo alcanzaba la huella, se desvió por una sub-huella a lo largo de la orilla del río durante quizás un kilómetro o dos, y nosotros lo sequimos sin saber muy bien si él no se iba a otro lado que el que había dicho, hasta que, finalmente, lo vimos doblar otra vez hacia el río, y ahí, en un lugar que nosotros nunca hubiésemos descubierto, cruzamos detrás de él, no sin tenso cuidado, pero sin mayores inconvenientes.
Había sido nuestro plan tentativo tomar, después del río Barras, hacia el pueblo de Escara, pero nuestra estrella iba al pueblo de Huachacalla, por otro camino, perdón, huella, paralela a la de Escara. Realmente, no nos sentimos el coraje, o quizás la locura, de largarnos solos por estas inmensidades laberínticas; decidimos seguir nuestra estrella hasta Huachacalla mismo, pernoctar ahí, y de ahí mismo, tomar una corta conexión a Escara.