Por última vez, estamos viajando por la parte más ancha de la cordillera de los Andes, el gran abultamiento boliviano de 650 kilómetros, o un poco más, de ancho, que empezó a ensancharse en el sur del Perú y que se compactará en una sola cadena principal entre la Argentina y Chile.
Otra vez, llanuras; ahora, con centenares de llamas y quizás también alpacas.
El camino, por ahora, todavía es un camino de verdad.
Ah, pero por qué haber hablado; he aquí un vado - y, para peor, con dos huellas de cruce, enigmáticas: una, sembrada de piedras, y una, al natural. La huella con piedras habrá sido en otros tiempos un paso empedrado, pero ahora las piedras están tan revueltas que, al contrario, imposibilitan el paso; en cuanto a la huella natural, quién sabe, quizás sea perfectamente pasable, o quizás sea una buena trampa.
Preferimos esperar, a salvo, con los pies secos, que algún vehículo lugareño pase y muestre cómo son las cosas, que meternos - y esperar acaso en el agua que aparezca un vehículo para rescatarnos. Sin mucha esperanza, por ser domingo de tarde, en este camino por esencia desolado.
Una hora de espera: nada.
Una hora y media: nada. Pero estamos dispuestos a esperar hasta mañana, lunes, porque aquí, en seco, somo dueños de nuestro destino; si queremos, podemos dar media vuelta y encaminarnos a la Argentina; allá abajo, en el agua, estaríamos a la merced de los acontecimientos.
¡Ah! Božka dio la voz de alarma. Allá lejos está viniendo una movilidad en nuestra dirección. No se ve el vehículo pero es fácil ver la polvareda que levanta - como cualquier cosa que se mueva en esta zona. En realidad, a veces, nada se mueve y sólo el viento levanta torbellinos de polvo en el aire; pero es diferente.
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Lo siguiente se refiere a lo ocurrido después de la llegada de la movilidad, pero se va a anotar recién hoy, que es en la mañana del día siguiente.
Explicamos al conductor por qué esperábamos.
Nos enteramos con efervescente interés de que él iba bien lejos, de que, incluso, iba a vadear el famoso, o infame, río de las arenas movedizas, e ir, en realidad, más lejos que donde nosotros esperábamos llegar en el día.