Decidimos subir a pie. Nos pusimos los botines que tanto nos sirvieron en las nieves del Artico, nos armamos de pastillas anti-soroche, tomamos algún equipo fotográfico, y echamos a andar. La subida no fue fácil. Una cosa había sido recorrer esta subida en coche, cuando sólo a éste le iba faltando aire, y otra cosa era recorrer el mismo trayecto a pie, paso tras paso, inhalación tras inhalación, cuando a nosotros nos iba faltando aire.
Durante el principio de la subida, estuvimos sujetos a los implacables rayos del Sol, tanto cayéndosenos desde arriba, como reflejándosenos desde abajo, desde la blancura inmaculada de la nieve. Sentíamos cómo nos estábamos asando. Luego, aparecieron unas nubes. Apenas nos alcanzaban las sombras, nos sentíamos sumergidos en un frío mordaz, hecho más penetrante todavía por el viento acompañando las nubes. Nos resultó mucho más fácil subir en las sombras que en el sol. Nos dimos cuenta de que el horno doble, directo del Sol y por reflejo de la nieve, chupaba mucho más nuestras energías que la subida propia.
En cierto momento, nos quedamos inmovilizados ante una vista totalmente fuera de lugar, inesperada y, para nosotros, inexplicable: un mosquito negro - o por lo menos lo que, a nuestros ojos entomológicamente ignorantes, parecía un mosquito - tratando de deambular por la cristalina superficie de la nieve; y otro; y otro bicho; y toda una cantidad de otros insectos que nuestra ignorancia no permitía identificar, todos con el denominador común bien obvio de ser del tipo super liviano, super filiforme y membranoso, todo patas y alas, y casi ningún cuerpo, la única excepción, por su corpulencia, siendo una pequeña mosca negra. La densidad variaba entre quizás un bicho por diez metros cuadrados, y tres o cuatro bichos por metro cuadrado; ciertamente, dicho medio en chiste pero con total veracidad, la mayor aglomeración de animales salvajes que vimos hasta ahora en América del Sur.
Pero ¿qué hacían esos efímeros y frágiles insectos en un ambiente tan tremendamente ajeno a la noción misma de insectos? Una especulación fue que quizás fueron traídos por el viento; otra, que quizás eran del lugar a pesar de la altitud y del frío, y que habían sido sorprendidos por las últimas nevadas. Quién sabe. De todos modos, una visión memorable, esos filigranas negros moviéndose con dificultad en la inmensidad - para ellos super-super-inmensidad - del frígido sudario blanco.
Finalmente, llegamos a la altura del observatorio; pero, caminando paso a paso, se ve cosas que no se ve cuando se viaja vuelta a vuelta de rueda: descubrimos que la cumbre que queríamos alcanzar, de ninguna manera se encuentra unos 400 metros más alto que los 5.230 metros del observatorio, o sea a unos 5.600 metros; cuando mucho, sólo 200 ó 250 metros más alto; lo que nos quitó ipso facto la razón de ser de nuestra escalada. Dimos media vuelta.
No alcanzamos nuestro objetivo porque descubrimos que el objetivo, a pesar de las gloriosas descripciones de la literatura propagandística, no existe, pero la subida fue una experiencia muy iluminadora. Ahora, tenemos por lo menos una >>>>>>>>