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condicionados a aceptar las vacuidades más trilladas, sin armar una catástrofe? El mismo problema, en verdad, que tratar de calzar un millón de monos en traje de gala sin arriesgar una rebelión de la gente simiesca.

Divertida fue la variedad de estrategias puestas en práctica: escuchamos música clásica estricta, clásica cautelosamente condimentada de melopeas árabes o chispas cosacas u otros rituales y endiabladuras, semi-clásica, peri-clásica, para-clásica, y hasta no clásica siempre que tuviera algo de lagrimoso o decorosamente pensativo.

Otro problema: ¿cómo anunciar y hacer tragar semejante dieta?

Divertida fue la variedad de pomposidad y solemnidad adoptadas por los locutores, a veces con un muy discernible trasfondo de inconfortabilidad ante semejante material intimidante e infamiliar.

La manera misma de anunciar los compositores y los intérpretes, enunciándolos con un cuidado de escolar de segundo grado y, a pesar del cuidado, a veces, erróneamente, inventando nombres como Brahams, Tosacanini, y otros, fue muy ilustrativa; ilustrativa de la falta de cultura general en una capa selecta de una nación, que tiene la obligación de tenerla: los locutores de radio; reflejo, ello, a su vez, de lo que debe de ser la cultura general del país.

¿Cuándo estaremos en un país donde la música clásica es parte natural de la vida cultural y no un monstruo impuesto por una reverencia religiosa mal entendida? Si desorientación concertada es necesaria para afianzar la fe anualmente, proponemos para la Semana Santa venidera someter a los devotos Cristianos a disertaciones sobre las profundidades de las filosofías confuciana o kantiana: el azoramiento será igual.

De todos modos, con la sangre todavía húmeda en la Cruz de la conmemoración, el mundo va a seguir lo mismito que siempre: cobrando de más a los usuarios del teléfono, echando basura en el suelo, golpeando y arruinando la pintura de coches vecinos en los estacionamientos, faltando de respeto a sí mismo y a los demás introduciendo en los alvéolos de los pulmones un humo nauseabundo, estafando viajeros en los peajes, y faltando en miles de otras cosas a todos los niveles de la existencia humana que, hechas a conciencia - y no declaraciones grandilocuentes - honrarían a Dios y, de paso, harían patria. Y ¿por qué habría de cambiar? Ni un orador demagógico y santurrón habló del menudo quehacer de cada cual en cada día, sino que todos peroraron de grandes vaciedades que al común de los pecadores no conciernen.

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Hoy, sábado, quisimos encontrar en las inmediaciones de La Paz, Achocalla, una chulpa que, por fotografías, nos había parecido más una forma geológica >>>>>>>>