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Así, mientras el vehículo estaba parado en la calle - vigilado por Božka naturalmente - bajo el amparo de un documento claramente no válido en Bolivia, y, de todos modos, vencido, Karel estaba esperando su llamada al amparo de un documento de identidad nunca válido en Bolivia, y de todos modos ya vencido.

Pero no fue todavía todo lo susodicho el agravio. Lo susodicho fue una satisfacción - tanto más dulce cuanto más secreta, si bien a la vista de todo el mundo.  El agravio vino en el momento de pagar la cuenta.

La cajera quiso sacar la cuenta de una manera que Karel sabía, por siempre asesorarnos de las cosas, que era totalmente indebida. Por más que Karel le explicara que no era así sino así, ella se encaprichó en su arrogancia, que ella era la cajera, que ella era la jefa, que ella sabía lo que hacía, obligándole a Karel a persistir en lo suyo ya que ella le quería cobrar nada menos que 20/oo más de lo correcto. Mientras tanto, Karel se reía internamente del pedazo plastificado de Panamá, sin valor alguno aquí, ni en Panamá ya, que ella guardaba como un trofeo de guerra.

Como Karel no quería y no quería pagar, el último argumento de la cajera fue hacer sonar una alarma para llamar un guarda que se le paró a Karel en la espalda: una manera civilizada de solucionar un diferendo con una persona como Karel, no violenta pero decidida a hacer prevalecer su derecho.

Karel quiso hablar con un superior. Ella era la superior, le dijo. Karel le dijo que debía de haber alguien por encima de ella, aunque sea el Presidente de la República. Resultó que no había nadie porque era ya tarde en el día y las oficinas administrativas estaban cerradas. Karel le dijo que iba a pagar lo que ella decía siempre que ella le diera un recibo no meramente por el monto total de la caja registradora sino detallando los pormenores: tanto, por los tres primeros minutos, tanto, por los minutos restantes. Ella se rehusó; y siempre con el guarda en la espalda; éste no sabía mucho qué hacer porque no veía muy bien por qué lo habían llamado. Finalmente, ella dio un recibo tal como Karel lo exigía y Karel le pagó lo que ella decía.

Mañana, Karel hablará con los superiores y veremos.

Hoy también, seguramente por ser el día del Señor, tropezamos con otro programa de música clásica, lamentablemente con la misma nota final del otro programa de música clásica: una muy amable invitación, no sin algo de pomposidad como bien se lo merece la circunstancia, a la gente culta que gusta de buena música a sintonizar nuevamente dentro de una semana.

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