Dos veces más saltó la caja de cambio de segunda a neutro.
Llegamos a la aldea, o villorrio, de Poopó. Vamos a pernoctar aquí para no llegar a la ciudad, industrial por colmo, de Oruro al anochecer.
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Durante la noche, cambió la escena meteorológica: a la una, nos despertó una fuerte lluvia. Como Poopó no está en el camino principal, se irguió el espectro de Samaipata, de no poder salir, por el barro. Rápido, a vestirnos y salir de la posible trampa. Bajo la lluvia y en la oscuridad, nos dimos cuenta de que no había problema. Regresamos al pueblo a tratar de terminar la noche.
Esta madrugada, viajando con lluvia, tenemos el contraste entre el interior del vehículo, totalmente cubierto por el polvo que nos invadía ayer, y el exterior, totalmente cubierto de barro, hasta hacer irreconocible su color.
Ya ni mencionamos los asqueantes puestos de control. ¿De dónde vienen? ¿A dónde van? Color del vehículo. Placa. ¿Cuántos viajan? Y qué más. ¿Cómo se las arreglan en los países civilizados y libres para sobrevivir sin esta esclavitud? ¿Y cómo se las arreglarían aquí si tuviesen un tráfico de cien vehículos por minuto?
Y ahora, un poco antes de Oruro, apareció ¿qué? una aduana. ¡Una aduana a centenares de kilómetros de cualquier frontera!
También apareció asfalto; que nos va a llevar a La Paz. Esperamos.
En Oruro, quisimos tratar una llamada a Nueva York, pero quisieron cobrarnos de más, así que esperaremos hasta La Paz.
A la salida de Oruro, tercer milagro: por tercera vez, en el puesto de hojas de ruta, de voluntad propia y sin apremios nuestros, nos cobraron lo justo, y sólo lo justo.
Llegados a La Paz, primera cosa importante, la llamada a Nueva York. No estaba nuestro corresponsal pero dejó dicho cosas que, de ser realmente como suenan, serían nuevas muy buenas para nosotros. Volveremos a hablar directamente con él mañana para confirmación.
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